Política

Los dos males de la Constitución

Si la Ley Electoral fue precisa en las últimas décadas del siglo XX, en el siglo XXI constituye una rémora que se ha convertido en un verdadero mal

Siento decepcionar a algunos, pero no me refiero ni a la forma política del Estado, ni a la soberanía nacional única e indivisible que reside en el pueblo español. Me refiero a los dos males que a mi juicio han ido empeorando con el tiempo hasta llegar a una situación desesperada para España hoy en día.

Según mi criterio, el primero de esos males es la organización territorial del Estado. Desde 1978 esa estructura está abierta, inconclusa y sometida, por ello, a cualquier avatar, interés partidista, ambición regional o tensión política en cualquier coyuntura. Incluso la Constitución sigue recogiendo la disposición transitoria 4ª (1), sin fecha límite, sobre la posibilidad de que Navarra se incorpore a la comunidad vasca, si así lo decide el territorio foral.

Los padres de la Constitución no bloquearon, o no pudieron o quisieron bloquear, el modelo autonómico incluyendo algún límite a su desarrollo extremo. Al no tener cortapisa, el Estado español se ha ido subdividiendo paulatinamente en 17 mini estados que replican la estructura del español, diluyendo la soberanía nacional del pueblo, que reside en las Cortes Generales, en 17 parlamentos autonómicos que ejercen, de facto, una soberanía regional y además aplican la gobernabilidad mediante 17 gobiernos autonómicos.

La conclusión es sencilla, si al final nos encontramos con que el Estado español constituido como tal se diluye, ¿para qué es preciso una forma política del mismo e incluso unas Fuerzas Armadas que garanticen su supervivencia? Sin soberanía nacional residente en el pueblo español, ¿para qué se precisan unas Cortes Generales? Es decir, las tres instituciones esenciales del Estado están en peligro de enfermar gravemente, aunque no se quiera ver, o no se deje ver mediante cortinas de humo que surgen de forma continua e interesada.

Se ha llegado a una situación tan extrema que los paliativos que se aplican a ese grave mal no dan resultado y la cirugía se está haciendo esperar. La única solución que percibo es recuperar la organización del Estado a una estructura de las autonomías con sentido de Estado, con lealtad constitucional, recuperando lo que los padres de la Constitución previeron.

El segundo mal es la ley electoral. Puedo admitir sin reserva que durante la transición política en España había que dar cabida a todas las tendencias y minorías políticas, para que todos encontraran un lugar confortable al abrigo de las Cortes Generales. Y eso estuvo bien, como lo fue la reconciliación manifestada en dos figuras clave de la guerra civil, Santiago Carrillo y Dolores Ibarruri, y en una imagen sorprendente: el ayudante militar del SM el Rey que acompañó a Carrillo a presencia del Rey era hijo de un español asesinado en Paracuellos del Jarama. Y lo hizo con lealtad al Rey y generosidad de miras. Esa imagen se repitió de otras formas por doquier.

Sin embargo, si la Ley Electoral fue precisa en las últimas décadas del siglo XX, en el siglo XXI constituye una rémora que se ha convertido en un verdadero mal. Vemos con preocupación creciente que los gobiernos de España dependen de la «llave de la gobernabilidad» que tienen las minorías políticas. Incluso podría admitir esta situación siempre que esas minorías fueran leales a la Constitución, a la forma de Estado, al Imperio de la Ley. Pero me temo que algunas dejan mucho que desear.

Según yo lo veo, la ley electoral debe modificarse para permitir que las opciones mayoritariamente elegidas en comicios generales desarrollados en una circunscripción electoral única puedan gobernar sin estar sometidas al chantaje político permanente de algunas minorías políticas.

La situación creada por estos dos males que aquejan, según mi perspectiva, a la Constitución y que de momento no se ha encontrado o no se ha querido encontrar remedio para curarlos, produce una situación de debilidad, descrédito y desconfianza cada día más acusada sobre España y el gobierno español tanto internamente como en el exterior.

La falta de crédito y confianza genera una situación socioeconómica y política cada vez más preocupante. Decía antes que la ley electoral es una rémora para España, pero incluso más preocupante es que España sea una rémora para Europa y pasemos a un segundo plano en la política comunitaria y a las pruebas recientes me remito. La suma de los males domésticos citados y la falta de una política exterior coherente y con claros objetivos definidos nos introducen en una tormenta perfecta con resultados impredecibles.