Literatura
Borges contra sus románticos
Los románticos que abomina son los suyos, son los de «Las flores del mal», paralela a «Fervor de Buenos Aires».
En su diálogo con Juan José Saer, Borges confiesa haber sido «un devoto de Baudelaire. Podría citar indefinida y casi infinitamente Les fleurs du mal. Y luego me he apartado de él porque he sentido –quizá mi ascendencia protestante tenga algo que ver– que era un escritor que me hacía mal». Lo asocia con su apartamiento de la novela y de la idea romántica de que el escritor debe preocuparse de su destino personal. Por eso cree que Baudelaire y Poe «son escritores que realmente perjudican; en el sentido en que el lector tiende a parecerse a ellos, a verse como personaje patético. Y no creo que convenga verse como personaje patético. Lo que convendría en la vida es verse más bien como un personaje lateral, como un espectador. Y no creo que la lectura de los poetas y novelistas románticos pueda ayudarnos en ese sentido».
Lo cierto es que Borges es ambiguo o directamente hostil con los modernos, como apunta Sylvia Molloy: «Elogia a Joyce con reticencia e ironía; es sangriento con Proust y menoscaba a Virginia Woolf. De todos, acaso el más significativamente ninguneado –en un ninguneo que tiene mucho de síntoma– sea precisamente el primer moderno de todos, Baudelaire» («Flâneries textuales: Borges, Benjamin y Baudelaire», Variaciones Borges, 8, 1999).
Por eso prefiere a Whitman, en la misma línea que Octavio Paz: «Cuando la historia y la poesía riman, esa coincidencia se llama, por ejemplo, Whitman; cuando hay discordia entre una y otra, la disonancia se llama Baudelaire».
Lo interesante del caso es que los románticos no son ajenos a Borges. Puede ser durísimo: «¿La fama de Baudelaire? La cursilería gusta. Qué triste llenar la literatura de almohadones y muebles y mostrar la maldad como meritoria. Baudelaire es la piedra de toque para saber si una persona entiende algo de poesía, para saber si una persona es un imbécil; si admira a Baudelaire, es un imbécil». Pero los románticos que abomina son los suyos, son los de «Las flores del mal», paralela a «Fervor de Buenos Aires».
También cabe establecer un paralelismo entre las ideas políticas de los románticos y las borgesianas, dado su recelo ante los mandatarios. Baudelaire habla en «El viaje» acerca de «el veneno del poder enervando al déspota». Y sus simpatías hacia Proudhon, como las de Borges hacia Spencer, son conocidas.
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