Guerra en Ucrania

3.635 km no son nada

Estamos en el bando de los buenos, pero eso no significa que vaya a resultar barato.

La capital de España se encuentra a 3.635 kilómetros de la capital de Ucrania, pero esa distancia puede acabar resultando un simple tiro de piedra, de concretarse algunos de los más pesimistas augurios para nuestra economía derivados de la invasión de un país soberano en la Europa oriental por parte del gigante ruso y es que, cuando se pertenece a un club de naciones como es la UE obligada a aplicar sanciones contra un país en este caso invasor, también hay que dar por descontados los efectos adversos para la parte sancionadora en forma de no pocos costes. Las guerras acaban resultando un poco rentable negocio no solo para los derrotados, sino en ocasiones para los propios vencedores y casi siempre para los aliados tangenciales de la parte perdedora. Entre estos últimos nos tocará estar especialmente a la Unión Europea, del lado como no puede ser de otra manera del derecho internacional y de la justicia, pero desgraciadamente espectadores atónitos de la invasión en toda regla iniciada este jueves por el poderoso ejército de la Rusia de Putin en territorio ucranio. Europa ya ha acordado duras medidas, todas ellas encaminadas a sancionar económicamente a un invasor, ya acostumbrado –no olvidemos– a ver a su pueblo bajo todo tipo de penurias durante las últimas décadas y sabedor de que Occidente –entiéndase la Alianza Atlántica– no va a movilizar ni un solo soldado en la defensa de un país que no se encuentra entre sus socios.

Si con visión –porqué no decirlo, un tanto doméstica– centramos las consecuencias en el caso español, pero más concretamente del propio gobierno de Sánchez, existen dos grandes riesgos muy poco rentables para la imagen del actual ejecutivo en estos tiempos en los que todo se mide por la demoscopia. El primero, las citadas consecuencias económicas, con el inevitable incremento del precio del gas, un posible apagón energético en Centroeuropa, el aumento de costes y un seguro incremento de la ya disparada inflación, por no hablar de la repercusión en una llegada de fondos post covid que son vitales para nuestra recuperación. El segundo, pasa por el propio socio podemita del Gobierno, claro al condenar la intervención «zarista» pero nada dispuesto a abandonar a esa parroquia del «no a la guerra» contraria a cualquier tipo de colaboración militar española por muy humanitaria que resulte y siempre prestos a resucitar el «OTAN no, bases fuera» incrustado en el ADN de una parte de la izquierda. Estamos en el bando de los buenos, pero eso no significa que vaya a resultar barato.