Cultura

Joglars y libertad

Estos geniales catalanes arremeten contra la corrección política y el pensamiento único

Si tiene usted la oportunidad, no se pierda «¡Que salga Aristófanes!», el nuevo espectáculo de Joglars, con texto y dirección de Ramon Fontserè y Alberto Castrillo-Ferrer. Para animarla a usted, señora, le diré que al diario «El País» no le gustó.

En efecto, Javier Vallejo tituló su crítica: «Un sermón de Els Joglars». Y no es que el periódico en cuestión se haya destacado por abominar de las prédicas y las amonestaciones, que practica con insistencia. No es eso. Lo que sucede con esto de Joglars es que: «la diana de su sátira está en esta ocasión desdibujada y desplazada a la izquierda». Acabáramos. Ya comprenderá usted que el artículo deplorara el «humor de trazo grueso» y que «apenas hay escenas resueltas con pericia». En fin. Como decía el viejo tango de Celedonio Flores: «Comadre, no le haga caso».

El resto de la crítica que he podido leer, y mi propia indocta opinión, van en el sentido opuesto. Joglars, en efecto, pueden ser una vez más aplaudidos por hacer lo que han hecho siempre: burlarse de los prejuicios con humor y libertad. Desde que lo fundó un jovencísimo Albert Boadella, que lo dirigiría hasta 2012, el grupo lleva 60 años en la brecha y en su brillante palmarés incluyen el haber sido condenados por la dictadura franquista, el nacionalismo, la derecha y la izquierda. Y a mucha honra.

En este caso, estos geniales catalanes arremeten contra la corrección política y el pensamiento único, contra las bobadas del lenguaje inclusivo, la igualdad de género y las políticas sostenibles. Es decir, contra el fanatismo y la intolerancia. Lógicamente, los supuestos progresistas nunca podrán saludar este canto contra los ofendiditos, los que cancelan, los identitarios.

Joglars, mano a mano con Aritófanes, exhiben una clínica psiquiátrica o manicomio, perdón, un «Centro de reeducación psicocultural», donde los poderosos han recluidoa a un profesor de la primera universidad de España, la Complutense, denunciado por sus alumnos por sus comentarios alejados de la ortodoxia, y que, junto con otros internos rebeldes, deciden montar una obra de teatro que desafía a los poderosos puritanos. No dejan títere con cabeza. Ni Harvard se salva en este canto en favor del ciudadano comprometido, como escribió Julián Herrero en LA RAZÓN (https://bit.ly/35DyTGI).

El público, y yo el primero, aplaudimos a rabiar.

Viva el teatro. Vivan Els Joglars. Viva la libertad.