Guerra en Ucrania

Europa: mirando al futuro

Difícil imaginar lo que hay en la cabeza de Putin. Como Hitler, siente horror a ver su intuición sometida a análisis

Las memorias de Churchill sobre la Segunda Guerra Mundial (1) sitúan al lector desde su primera página, en lo que aquel magnífico estadista que había conocido todas las situaciones de guerra, resumía en cuatro máximas: «en la guerra, determinación; en la derrota, resistencia; en la victoria, magnanimidad; en la paz, conciliación».

Estas ideas habían sido asumidas en el Congreso de Viena (1813-1814) por Austria, Prusia, Rusia y Reino Unido, las potencias que derrotaron a Napoleón. Priorizaron el futuro de Europa a una humillación a la vencida Francia. Nuestro continente vivió un siglo sin grandes guerras.

Pero el Tratado de Versalles (1919) que puso fin a la Primera Guerra Mundial no lo firmaron estadistas de la categoría de Metternich, Castlereagh o Talleyrand. No extraña por tanto que Churchill, al indagar las causas de la Segunda Gran Guerra, abra su primer capítulo con un título significativo: «Las locuras de los vencedores» (1919-1929). Después, recorre el camino de las reivindicaciones territoriales de Hitler a partir de marzo 1936 –Renania– a la que siguieron el «anchsluss» austriaco, la anexión de los Sudetes y del resto de Checoslovaquia, consolidadas en septiembre de 1938 en la Conferencia de Munich –Hitler, Mussolini, Chamberlain (2) y Daladier– que aceptaron erróneamente «una guerra para acabar la guerra». Esta llegaría inexorable un 1 de septiembre de 1939 cuando el acorazado alemán Schleswig-Holstein abrió fuego sobre las fortificaciones del puerto de Danzing, iniciando la ocupación de Polonia en acción combinada con Rusia, hecho desencadenante de la Segunda Gran Guerra. De nada habían servido las «renuncias al empleo de la fuerza» firmadas en Locarno en 1925 que permitieron la entrada de Alemania en la Sociedad de Naciones un año después, ni las «políticas de apaciguamiento» promovidas por el premier Chamberlain, ni las resoluciones de la Sociedad de Naciones. Ni siquiera los consejos de los generales alemanes como Halder que sostenía que «a la mayoría de los alemanes horrorizaba otra guerra» o el general Ludwig Beck, Jefe del Estado Mayor General contrario a la destrucción de Checoslovaquia, hicieron desistir a Hitler. El cierre en falso de Versalles y la crisis del 29, habían roto todo el sistema de confianzas. Resurgían los «espacios vitales» (lebensraum) y las purezas de raza. En algo más de un año, se incorporarían más de 10 millones de ciudadanos al Tercer Reich. La suerte estaba echada. Millones de seres humanos lo pagarían con sus vidas, con heridas imborrables en cuerpos y almas.

Hoy, testigos de una nueva tragedia, temo que nos enfrentemos a una evolución semejante tras el desmantelamiento de la URSS. Por supuesto me preocupa este hoy, del que un amplio despliegue de corresponsales nos informa al minuto.

Mas me preocupa el mañana, al ver como se viola la Carta de las Naciones Unidas, en su vital artículo 2.4 (3), sin fuerza su Consejo de Seguridad por el veto de la propia Rusia, sin voluntad y capacidad de la Asamblea General para obtener una Resolución alternativa como se hizo en Corea (Res. 377/50) o en Suez en 1956 ante el veto de Francia y del Reino Unido. Pero tampoco tenemos en Naciones Unidas a un Hammarskjöld, que hoy estaría en la región.

Putin, a quien ni por asomo pretendo justificar, pretende recuperar «la gran Rusia» apelando otra vez a los espacios vitales y a las minorías dispersas en territorios limítrofes; buscará sus salidas al Mar Negro y al Báltico que en el caso del primero consiguió recuperando Crimea sin que Occidente reaccionase como ahora y respecto al segundo, reteniendo desde 1945 Kaliningrado, la Könisberg prusiana. Si Alemania siguiese los pasos de Putin amenazaría con sus misiles a la histórica ciudad exigiendo el retorno del residual enclave. Próximo a él, discurre el corredor de Suwalki, la única vía terrestre que une a los países bálticos con el resto de Europa, esencial para su supervivencia como países libres

Difícil imaginar lo que hay en la cabeza de Putin. Como Hitler, siente horror a ver su intuición sometida a análisis. Seguro que tampoco todos sus generales coinciden con él. Le da lo mismo. Los sustituirá o los mandará a Siberia. Esgrimirá que la OTAN en 1999 bombardeó Serbia y propició la escisión de Kosovo con el fin de proteger a minorías. Alegará que el pasado 17 de diciembre presentó un borrador de Tratado, proponiendo –ante la posible integración de Ucrania en la OTAN– un equilibrio en el despliegue de fuerzas en la región, recordando la crisis de los misiles en Cuba en tiempos de Kennedy. Pero nada, nada, justifica su actitud.

Creo llegado el momento –Afganistán, Siria, Sahel, Ucrania– de pensar seriamente en definir un nuevo orden mundial, que sustituya al nacido en Breton Woods en 1945.

(1) La Esfera de los Libros. 2001.

(2) Lady Chamberlain, acompañada de su hijo y del diplomático Merry del Val, visitaba estos días Santiago, La Coruña y San Sebastián entrevistándose con Carmen Polo en el Pazo de Meirás. ABC. Sevilla. Sep. 1938.

(3) «Los miembros de la Organización se abstendrán de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza, contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier estado...»