Luis María Anson
El riesgo de Feijóo
«Feijóo ha disfrutado ya de su domingo de Ramos. Confiemos en que tarde en llegarle el viernes de dolores»
Como una cuestión de hecho, Pablo Casado recibió un Partido Popular con 66 escaños y, antes de producirse la crisis interna que descabalgó al joven político, las encuestas más solventes le daban 128. Era vencedor de las elecciones generales y muy probable presidente del Gobierno, tras los apoyos negociables. En solo tres años, Casado desbarató los pronósticos generalizados de que el PP se descompondría como ocurrió con UCD.
Alberto Núñez Feijóo ha irrumpido en la política nacional entre apoteosis y unanimidades. Sus discursos durante el XX Congreso del partido no pasaron de discretos. Como decía Pío Cabanillas padre, «los mediocres unidos jamás serán vencidos». Y la vulgaridad, que no la excelencia, preside desde hace muchos años la vida política española. Es el coro ovacionador al que se refería Ortega y Gasset, primera inteligencia del siglo XX español.
Alberto Núñez Feijóo y su entorno se empalagan ahora entre las mieles del triunfo. Pero se trata de un éxito con la boca chica. El electorado liberal conservador le exigirá en pocas semanas que repita al menos las cifras en las que Pablo Casado instaló al Partido Popular. Con un PSOE resquebrajado, un Pedro Sánchez en desconcierto, un Gobierno frentepopulista sin crédito y una opinión pública hostil al sanchismo, a Alberto Núñez Feijóo se le va a exigir que abra los portones de Moncloa y ocupe la silla curul del palacio, tras alzarse con una victoria contundente en las urnas.
En el Partido Popular todo el mundo sabe que la figura emergente, adorada por el pueblo y aclamada en todas partes, se llama Isabel Díaz Ayuso. Como cabecera de cartel, la presidenta madrileña no tiene rival en el centro derecha español. Las circunstancias han encumbrado a Alberto Núñez Feijóo. Pero el riesgo está claro y acecha porque el tiempo de los oropeles y los fuegos artificiales pasará enseguida. El nuevo líder del PP deberá atarse los machos y pisar el albero con decisión y sin balbuceos. Al domingo de Ramos le sucede también en política el viernes de dolores.
Luis María Anson, de la Real Academia Española
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