Rusia

Jueves Santo en guerra

Estamos hablando de una guerra entre dos estados miembros fundadores de Naciones Unidas en 1945, con lazos de sangre, religión y cultura comunes

Duele escribir este título. Pero desgraciadamente no es el primero e intuyo que no será el último.

En 2017 el Papa Francisco ya nos dijo: «nos encontramos ante una tercera guerra mundial a trozos». No sé lo que dirá hoy cuando suplica una tregua, cuando difícilmente podía imaginar la crueldad de una guerra como la que vive Ucrania, cuando también nuestros hermanos ortodoxos conmemoran este Jueves Santo con el nombre de «Cena Mística».

La premonición de Francisco tenía sus fundamentos: si una imposibilitada Sociedad de Naciones nacida al final de la Primera Guerra Mundial fue incapaz de coartar las políticas revisionistas del Tercer Reich, ahora las Naciones Unidas nacidas al final de la Segunda, se manifiestan claramente impotentes ante la cruel ofensiva rusa. Triste leer las manifestaciones de Antonio Guterres: «lamento las divisiones que han impedido que el Consejo de Seguridad actúe sobre Ucrania y otras amenazas a la paz». Votar para que Rusia abandone el Comité de Derechos Humanos no deja de ser una especie de «boutade» para un país que no respeta ni los mínimos de sus propios súbditos. Ser rechazado por la Asamblea General por 141 miembros sobre 193, no deja de ser un voto de castigo. A Putin le da igual.

Si en 1938 se apelaba a la protección de las minorías alemanas en los Sudetes, ahora se apela a las de las rusas en el Dombás. Si se reivindicaban las salidas al Báltico (Dancing) al Mar Negro (Crimea) o al de Azof (Mariupol) ahora se repiten las ocupaciones en fuerza y aunque larvadas, preocupan otras tan significativas como la del «corredor de Suwalki» que une la base naval de Kaliningrado en el Báltico con Bielorrusia. Al igual que la crisis económica de 1929 fue factor clave para encender la llama de la guerra en 1939, la crisis consecuencia de la pandemia incide en la situación, especialmente en lo que afecta a materias primas, fuentes de energía, comunicaciones, salidas al mar, control del comercio internacional, pero sobre todo pérdida de apoyo a países con necesidades básicas de alimentación. Estamos hablando de una guerra entre dos estados miembros fundadores de Naciones Unidas en 1945, con lazos de sangre, religión y cultura comunes. Rusia seguirá esgrimiendo unilateralmente la cláusula «rebus sic stantibus» como forma de romper la obligada situación nacida en 1999 con el desmantelamiento del Pacto de Varsovia. Recurre a un principio de Derecho Internacional que interpreta a conveniencia y que ya esgrimió en 1863 al repudiar unilateralmente la Paz de París de1865 que puso fin a la Guerra de Crimea, que obligaba a una «neutralización del Mar Negro» impuesta por las potencias –Francia ocupando Sebastopol– que acudieron en auxilio de aquella Turquía invadida por Rusia. Pero desde 2014 sigue igual, en este intento de reconstruir otra U.R.S.S para dominar totalmente los accesos al Mar Negro y al de Azof, quizás mañana a los del Mar Caspio.

Pero esta tercera guerra tiene características que la diferencian de las anteriores, asumiendo que ninguna guerra es igual a la anterior. Ciertos analistas la denominan «primera guerra global», conscientes de que la globalización ha llegado al mismo campo de batalla: el Programa Mundial de Alimentos saldrá malparado por la situación de los puertos del Mar Negro –Odessa principalmente– que daban salida a alimentos básicos para subsistencia de miles de personas en África; el aumento de los precios de crudos alimenta huelgas de transportistas por todo el mundo lo que afecta al comercio internacional que a su vez repercute en el precio de alimentos básicos. Y del empobrecimiento, del frío energético y del hambre, saltan crisis que se traducen en golpes de estado y en la aparición de movimientos revolucionarios que a su vez generan más pobreza. Como ferviente comunista, a esto Putin no le preocupa. El «estado por encima de la persona» a cualquier precio. «La Gran Rusia» por encima de vidas de miles de inocentes ciudadanos ucranianos.

Pero esta globalización se ha convertido también en su enemiga. Porque ha perdido claramente la guerra de la opinión pública, aunque seguramente dominará la militar. En todo el mundo, quienes pasan frio por el alza de los costes de la energía, quienes pasen hambre a falta incluso de pan, conocen día a día, al momento, lo que sucede en Ucrania. Y la fuerza de ciertas imágenes, convertidas en virales en las redes, puede llegar a tener más fuerza que la de las armas.

Hoy, cristianos católicos y ortodoxos, deberíamos saber encontrar un punto de encuentro, apoyados en principios de una misma fe que acabase con la sinrazón de una guerra que Putin quiere vestir de reivindicativa, cuando no es más que una desnaturalizada, irracional y cruel ambición de poder.

Luis Alejandre Sintes es general (r)