Vox

No gobernar, lo mejor para Vox si no gana

La tentación de tocar moqueta, manejar presupuesto y poder fijar la agenda de un PP con tendencia al acomplejamiento está ahí.

La gran pregunta que nos hacemos todos los españoles, no sólo los andaluces, es «¿qué pasará el 19-J?». La tendencia es obvia: la derecha se comerá con patatas a la izquierda por primera vez en 40 años de historia autonómica en Andalucía. Es menester recordar que las elecciones de 2018 las ganó Susana Díaz con notable ventaja sobre el segundo en liza, Juanma Moreno. Dentro de tres domingos las cosas serán diametralmente opuestas: la derecha sacará entre 700.000 y 800.000 votos –que se dice pronto– a esa izquierda que gobernó caciquilmente la tierra de Séneca, Velázquez, Picasso, Machado y Lorca. Para el desagradable recuerdo de los 8 millones de andaluces quedará esa era socialista en la que se compraban votos con un PER que prostituyó la democracia, el robo de 680 millones con los ERE, la condena por golfos de Chaves, Griñán y no sé cuántos consejeros, la compra de cocaína con dinero público y el disfrute de señoritas de compañía por el mismo ejemplar procedimiento. Sea como fuere, y como siempre insisto al presidente andaluz, las autonómicas del tercer domingo de junio son más importantes aún que las de diciembre de 2018. Ganar o no ganar es tanto como ser Patxi López, es decir, el sueño de una noche de verano, o un presidente para dos décadas o quién sabe si más. Una oportunidad de oro para cambiar para siempre la historia de la región más extensa y poblada de España.

En resumidas cuentas, para emular lo que ha hecho el PP en la Comunidad de Madrid con unas políticas liberales que han provocado el sorpasso a la proverbialmente más rica y favorecida Cataluña. Que la derecha va a arrasar está fuera de toda duda, la única incógnita a despejar es si el PP ocupará el Palacio de San Telmo solo o en compañía de otros. Si suma más escaños que toda la izquierda junta, aspecto más que probable en estos momentos, aunque no tan seguro como asevera el manipulado CIS, Moreno intentará gobernar por su cuenta. Y ahí vendrá la prueba diabólica para los de Abascal: si votan «no» a la investidura, el PP tendrá que optar entre repetir elecciones o meter a Macarena Olona y compañía en su Ejecutivo. La primera posibilidad constituiría un anticipado regalo de Reyes para Pedro Sánchez y Juan Espadas, aunque no es menos cierto que el único precedente que recuerdo salió bien: las segundas elecciones madrileñas de 2003 otorgaron a Esperanza Aguirre la mayoría absoluta que las primeras le habían negado. A estas alturas el único debate, pues, no es quién se llevará el gato al agua, si no si Vox aceptará quedarse en la oposición. Yo no me movería de la bancada de enfrente. Todas las experiencias de ejecutivos de coalición han gulliverizado al actor principal y liliputizado al secundario. Sucedió con Unión Valenciana tras acostarse con Zaplana, lo mismo aconteció con Eusko Alkartasuna y el PNV, se repitió la historia con Ciudadanos el año pasado en Madrid y qué les voy a contar a ustedes que no sepan de Podemos, que llegó a soñar con el adelantamiento al PSOE y ahora se va por el desagüe de la historia con Iglesias de patético jubileta cuarentón. La tentación de tocar moqueta, manejar presupuesto y poder fijar la agenda de un PP con tendencia al acomplejamiento está ahí. Pero en política, como en la vida, son más aconsejables las luces largas que las cortas. Acabe la peli como acabe, quedémonos con lo esencial: la izquierda se va a tomar viento. En Andalucía y en España. A Dios gracias.