Pedro Sánchez

Cuestión de identidad

Lo que quiere es configurar un nuevo mapa de España para incorporarle de una vez por todas al menos dos naciones, la vasca y la catalana

Subir los impuestos y aumentar el gasto no parece una buena receta para frenar la crisis económica. Más bien al revés: cualquier economista dirá que es el mejor y el más seguro camino para acelerarla y, cuando llegue, conseguir que sea más profunda y más duradera. Es lo que nos espera, con un rápido deterioro del nivel de la vida y de la riqueza en manos de la clase media y trabajadora que va a ver cómo en pocos años se esfuma buena parte de lo que queda de su patrimonio y sus ahorros. El giro a la izquierda escenificado por Sánchez en el debate del Congreso continúa con la latinoamericanización de España. Es lo que han pretendido sus socios de gobierno, los mismos que hace ya algunos años comprendieron el populismo latinoamericano como una oportunidad política, un ejemplo para los viejos países europeos y, en realidad, la vanguardia de la Historia que nos espera.

Con frecuencia se atribuye el gesto de Sánchez a puro y simple pragmatismo, algo de lo que, efectivamente, no anda escaso el presidente del Gobierno. El mismo diagnóstico se establece en cuanto a su pacto con los antiguos etarras para la aprobación de la Ley de Memoria Democrática, y en cuanto a sus negociaciones con los secesionistas catalanes republicanos. Ahora bien, para calibrar el alcance y la naturaleza de ese pragmatismo conviene recordar también que todas estas acciones, incluidas las de alto contenido populista, no le están resultando rentables. Al menos eso es lo auguran las encuestas.

El objetivo, por tanto, se sitúa en un plazo más corto, que es llegar a las elecciones de finales de 2023 o principios de 2024, cuando Sánchez haya disfrutado de los seis meses de gloria en la Presidencia rotatoria del Consejo de la UE. Estos meses de apoteosis pueden verse como el arranque de un nuevo ciclo o la culminación de otro. Y es posible que este segundo aspecto sea el más importante para Sánchez. En el fondo, estaría apostando por la puesta en marcha de un cambio de raíz en cuando a la idea de nuestro país.

El primero atañe al hecho de que en esta legislatura consagrará definitivamente la naturaleza plurinacional de España. A Sánchez no le interesa el agotado separatismo de los antiguos convergentes ni la placidez hegemónica del PNV. Lo que quiere es configurar un nuevo mapa de España para incorporarle de una vez por todas al menos dos naciones, la vasca y la catalana. Tal y como se están desarrollando los acontecimientos, es casi seguro que lo conseguirá. El diseño de la nueva España se corresponde también con una reconfiguración más general, de orden social, en el que la sociedad española habrá interiorizado como propios buena parte de los postulados del wokismo. Los excesos, atribuibles al infantilismo de los socios podemitas, no cuentan mucho. Lo importante es que la ideología woke y decolonial está ya en trance de instalarse sin vuelta atrás en la mentalidad de los españoles, como una evolución natural del socialismo, al igual que ha ocurrido con el populismo en América Latina, el espejo donde debemos mirarnos. La Ley de Memoria Democrática introduce por su parte elementos fundamentales de cambio en la comprensión de nuestra historia, reconstruida –incluida la Corona y sin necesidad de tocar una coma de la Constitución– a partir de la nueva España plurinacional. Hablamos de una cuestión de identidad.