Rusia

Homo sovieticus

La amenaza no es tanto Rusia ni los rusos, sino el «homo sovieticus» que se niega a desaparecer a pesar de que su era concluyó

Svetlana Aleksiévich, escritora bielorrusa, premio Nobel de literatura en 2015, escribió dos años antes «El fin del homo sovieticus» donde predijo –erróneamente– su desaparición. Ella misma ha tenido la honestidad de reconocer su error. «Me equivoqué dándolos por muertos», ha declarado recientemente.

El término «homo sovieticus» lo acuñó por primera vez el filósofo y sociólogo ruso Aleksandr Zinóviev, quien escribió en 1982 un libro con título idéntico al de estas líneas, en el que describía críticamente al ciudadano medio de la antigua Unión Soviética y, por extensión, del bloque del Este que, en general, tenía determinados esquemas mentales, políticos, socioeconómicos y culturales singulares derivados del adoctrinamiento y de la política propia del régimen comunista, que gobernó en la antigua URSS hasta hace bien poco.

Al «homo sovieticus» se le podría reconocer por las siguientes características: 1.- Acusada indiferencia sobre la (im)productividad de su trabajo. 2.- Ausencia casi absoluta de iniciativa. 3.- Indiferencia o desprecio hacia la propiedad común. 4.- Falta de asunción de responsabilidad. La culpa es siempre ajena. 5.- Encapsulamiento cultural, artístico, e incluso científico. 6.- Acusado adoctrinamiento social y político generado por la incesante propaganda marxista-leninista. 7.- Aceptación, expresa o tácita de un régimen represor y cruel. La disidencia estaba severamente castigada. 8.- Consolidación de una mentalidad totalitaria que acepta o desea imponerla a otros pueblos y 9.- Admisión de la guerra como medio normal de dirimir diferencias.

La personalidad del «homo sovieticus» se desliza desde lo cuasi cómico en lo personal, propio del individuo superviviente y corrupto en una sociedad comunista, hasta lo trágico en lo social, derivado de la aceptación de la barbarie en forma de represión y violencia políticas. Erika Fatland en su libro «Sovietistan» comenta que un personaje le puntualiza: «Ser ruso (soviético) no es una nacionalidad, es una mentalidad, un estado».

Antony Beevor, historiador británico y autor entre otras obras de «Rusia: revolución y guerra civil, 1917-1921», considera que «en Rusia había una disposición general para la guerra que favoreció el estallido revolucionario y las matanzas de la guerra civil», afirmando que «para Lenin, la violencia era clave para alcanzar el poder», violencia que terminó impregnando la mentalidad soviética. Sobre la brutalidad y crueldad como arma de guerra rusa, afirma que «las violaciones y los abusos han sido constantes en sus Fuerzas Armadas, se vio en la guerra civil, en la II GM, lo hemos visto en Chechenia, en Siria, y lo estamos viendo en Ucrania». Asegura «también hemos visto la manera en que tratan a su propia gente, que con frecuencia ha sido tan cruel como la forma en que trataban a los enemigos», sentenciando «en efecto, hay cierto elemento de salvajismo».

Por su parte, Svetlana Aleksiévich, opina en el mismo sentido «en el fondo, somos un pueblo proclive a la guerra. Nunca hemos vivido de otra manera. De ahí viene nuestra psicología guerrera. Ni siquiera en tiempos de paz hemos sabido sustraernos a nuestra pasión por la guerra». Critica la ausencia de libertad soviética «nadie nos había enseñado a vivir en libertad. Sólo nos habían enseñado a morir por ella». Actualmente observa «una fuerte nostalgia de la Unión Soviética se ha ido extendiendo por toda la sociedad. El culto a Stalin ha vuelto».

Para Svetlana Aleksiévich, Putin, ex agente del KGB, es un claro ejemplo de «homo sovieticus». En la actualidad, en Rusia hay decenas de programas televisivos y portales en internet dedicados a alimentar la nostalgia de los tiempos soviéticos de manera que «ideas ya pasadas de moda vuelven con fuerza a la palestra pública: la del gran imperio ruso, la de «la mano de hierro»… se ha recuperado el himno soviético» y añade: «el partido en el poder es una copia del Partido Comunista de antaño. Hoy el presidente goza de un poder semejante al de los secretarios generales del Partido en tiempos soviéticos, un poder absoluto». En definitiva, el «homo sovieticus» ha vuelto y está en el poder actualmente en Rusia.

Con el colapso de la URSS se pensó –erróneamente– que el «homo sovieticus» desaparecería de la faz de la tierra y disfrutaríamos de un periodo de calma y prosperidad que nos permitiera centrar nuestros esfuerzos en mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos.

Ello permitió redefinir amenazas, rediseñar estrategias, distender nuestra seguridad, reducir ejércitos y, en definitiva, disminuir gastos en defensa. La reaparición del «homo sovieticus» nos ha devuelto a una realidad que ya creíamos superada, y nos obliga a replantearnos conceptos: la OTAN desempolva el compromiso de incrementar los gastos en defensa hasta el 2% del PIB, Suecia y Finlandia abandonan su tradicional neutralidad para incorporarse a la Alianza Atlántica, Lituania aprueba volver al servicio militar obligatorio y Francia declara que (y otros que no lo dicen) se prepara para un periodo de economía de guerra.

La amenaza no es tanto Rusia ni los rusos, sino el «homo sovieticus» que se niega a desaparecer a pesar de que su era concluyó. Mientras exista el «homo sovieticus» será un peligro para Occidente y para las sociedades democráticas a las que detesta. Si además ese «homo sovieticus» está en el poder, como Putin, se convierte en una clara amenaza que habrá que neutralizar, porque mientras gobierne, Occidente no gozará de la necesaria paz y seguridad que le permita seguir progresando socialmente.

Tomás Torres Peral. Comandante de Caballería. De la Academia de Ciencias y Artes Militares.