Cataluña

Otro fracaso del independentismo

«Nunca me gustaron las sardanas, los «Castells» o la Diada, que es una celebración que no tiene ningún sentido histórico»

No hay duda de que el tiempo juega en contra de las formaciones independentistas catalanas y los enfrentamientos les pasa factura. Un aspecto que siempre me ha tranquilizado es, precisamente, que se odian entre ellos. Es algo consustancial al fanatismo ideológico. Lo podemos comprobar entre los comunistas y los integristas islámicos. A la que pueden se destruyen entre sí. A pesar de los errores que se han cometido en los últimos años, fruto de la debilidad socialista, que necesita de sus votos en el Congreso, ERC entendió muy bien el mensaje de la aplicación del artículo 155 de la Constitución y la sentencia del Supremo. Es cierto que se tardará en recuperar la normalidad, porque el nacionalismo lleva mucho tiempo envenenando a la sociedad catalana con sus mentiras. La corrupción y la ineficacia de la Generalitat se han enmascarado con el soberanismo. El despilfarro y el clientelismo han sido la norma común. Es bueno recordar que hay muchos estómagos agradecidos, porque la ideología se ha convertido en una máquina de colocación de los afines y el clientelismo ha enriquecido a muchos empresarios que viven de los presupuestos autonómicos, provinciales y municipales.

Al control nacionalista de las administraciones se ha unido la cobardía de los acomplejados socialistas, porque muchos de sus dirigentes eran hijos de inmigrantes al igual que entre los independentistas. Es algo que he vivido desde joven. A diferencia de ellos, sí acudí a las primeras manifestaciones en las que se reivindicó «Llibertat, Amnistia y Estatut d’Autonomia». Mis padres se conocieron en catalán y lo hablaban en casa. Era la normalidad más absoluta. Por supuesto, nos sentíamos muy españoles, pero también profundamente catalanes. Mi abuelo, que era catalanohablante, inscribió a mi padre en la línea de educación en catalán durante la Segunda República. Como no sufrimos ese complejo del emigrante, nunca tuvimos que sobreactuar como algunos dirigentes de JxCat, ERC, el PSC o el Comuns que necesitan ser aceptados. A pesar de amar profundamente a Cataluña, al igual que a España y al resto de sus territorios, nunca me gustaron las sardanas, los «Castells» o la Diada, que es una celebración que no tiene ningún sentido histórico. Por ello, me alegra mucho que sea solo un estéril entretenimiento de los independentistas, que se pelean entre ellos, y que provoca una acertada indiferencia en gran parte de los catalanes.