Opinión

Putin desesperado

Con la movilización y los referéndums farsa reconoce públicamente su fracaso

De niño, en los conventillos del Leningrado soviético, Putin y su pandilla perseguían a las ratas con palos. Un día siguió a una enorme hasta el final de un pasillo. «De repente, se dio la vuelta y saltó hacia mí», escribió el jefe del Kremlin en una autobiografía hace 22 años. «Ahora la rata me perseguía a mí». El pequeño Putin corrió y consiguió dar un portazo en el morro de la rata. El presidente ruso es ahora un hombre de mediana edad acorralado. Presionado por los halcones nacionalistas, por las pérdidas recientes en el campo de batalla y por un deterioro de su credibilidad internacional, Putin ha optado por la escalada. Como en su historieta de niñez intenta invertir los papeles en la guerra de Ucrania. Ha utilizado el viejo truco del agresor en apuros que se presenta como víctima de una espiral que él mismo ha creado. Intenta convertir la defensa legítima de Ucrania contra el invasor en una amenaza inventada a Rusia.

En su alocado discurso de este miércoles -el segundo desde que comenzó la guerra- acusó a Occidente de utilizar el chantaje nuclear mientras se mostraba dispuesto a desplegar todo su arsenal (atómico) si fuera necesario. «No es un farol». Putin se contornea y se muestra tanto reticente como dispuesto al enfrentamiento final. Pero sobre todo en su mensaje a la nación dejó al descubierto su desesperación. Con el anuncio de la movilización parcial de reservistas y el apadrinamiento de referéndums farsa en territorios del Donbás que ni siquiera sus fuerzas han sido capaces de controlar está admitiendo públicamente su fracaso. El jefe del Kremlin ha podido presumir en todas sus guerras desde Chechenia, Georgia, Siria o Ucrania en 2014 de éxito. Con cada aventura militar su popularidad se ha ido en aumento. Pero esta vez está siendo distinto.

Los ucranianos han sorprendido a Moscú por su heroica capacidad de resistencia. Mientras a los soldados rusos se les lanzó en una «operación especial» sin un enemigo claro (ucranianos y rusos son pueblos hermanos) y con un objetivo difuso (¿derrocar a Zelenski?, ¿conquistar el Donbás?), los ucranianos están librando una guerra existencial. Kyiv ha mostrado una gran habilidad para manejar la avanzada tecnología militar occidental y adaptarla a los cambiantes campos de batalla del país. Los militares rusos están mal entrenados y mal equipados. Está claro que Putin se juega su futuro en esta campaña. Es un líder respetado tanto dentro como fuera de su país por su voluntad de desplegar el poder duro. Sin ese crédito de la fuerza, el jefe del Kremlin es, en el mejor de los casos, un presidente reemplazable para sus socios externos e internos.

Sus apoyos en el exterior desde Turquía, India o China están replegándose como si se olieran el desastre. Erdogan ha pedido que abandone los territorios ocupados, Modi le rogó que pusiera punto y final a la contienda y Xi que abriese el diálogo. ¿Podrán los 300.000 soldados alistados a regañadientes o los proyectiles comprados a Corea del Norte cambiar el curso de la guerra? ,¿se verá tentado a utilizar armas nucleares tácticas para doblegar a los valientes ucranianos? Nadie sabe qué pasa por la cabeza de Putin, pero sí debería tener claro que un movimiento tan radical cambiaría la naturaleza del conflicto y Occidente no podría quedarse de brazos cruzados.