Cataluña

Balance de un lustro incierto

En las encuestas de estos días se ha comprobado que son más los catalanes que no quieren la secesión y consideran compatible sentirse buen catalán y a la vez buen español

Salvo el recuerdo de la Revolución Bolchevique de octubre de 1917 y la nuestra más cercana de Asturias de 1934 que sofocó la República, no es octubre mes para revoluciones internas. Históricamente somos más del calor, de las broncas estivales.

Hasta que hace cinco años los separatistas catalanes se empeñaron en desencadenar la suya. Aprobaron primero en septiembre unas leyes de desconexión (1) seguidas de aquel indiscutible golpe de estado del 1 de octubre, adobado con simulacro de referéndum y cerrado con una efímera declaración de independencia. Entre tanto, nuestro Gobierno desorientado por un grave error de cálculo y por un mal despliegue de sus servicios de inteligencia, reaccionó tarde y mal. Hemos recordado estos días aquellos extraños acontecimientos, cuando parece que un desnortado y dividido nacionalismo no quiere darse cuenta ni disculparse del desastre que montaron. Un nuevo pasteleo renacerá en la tramitación de los Presupuestos Generales del Estado con presión por la amnistía y la rebaja penal del delito de sedición, aparte de intentar desmantelar la presencia del Estado en la Comunidad. Algún cuartel o comisaría caerán en esta labor constante de zapa a que nos someten desde hace años los separatistas. Porque a pesar de sus escasos votos, y debido a una Ley Electoral que clama una reforma urgente, los apoyos parlamentarios al Gobierno les dan esta especie de bendición apostólica como si «aquí no hubiese pasado nada». Siguen la hoja de ruta trazada desde Waterloo por un prófugo, cuya seguridad y andanzas seguramente pagamos todos nosotros. Me recuerda su estancia en tierras belgas y sus salidas puntuales, la buena vida de unos negociadores de la UNRG (2) que participaban en el largo proceso que llevó a Guatemala a la firma de una paz que impulsaban las Naciones Unidas. Allá por 1994 en Ciudad de México me convencí de que no tenían el menor interés en llegar a un acuerdo final. Su vida en el exilio era placentera, viajando en sucesivas y repetidas rondas de Oslo a Madrid, de Madrid a Tokio y de Tokio a Estocolmo o San José de Costa Rica. Mientras, en las brumosas sierras de su bello país, unos abandonados guerrilleros faltos de apoyos se jugaban la vida, día a día.

A los cinco años de aquellos tristes acontecimientos de Cataluña que culminaron el día 8 de octubre con una impresionante marcha organizada por la Sociedad Civil Catalana que supo arrancar un «¡basta!» de las gargantas de miles de catalanes, una mujer a la que valoro y respeto como es Elvira Roca declaró recientemente: «Yo votaría a favor de que Cataluña se fuera; estaríamos mucho mejor». Un país no puede vivir, según ella, con este cáncer en su interior; el nacionalismo alimenta la horda que atora el cerebro; no le asusta el referéndum; y si se van, mejor.

Siento disentir de la historiadora que ha defendido como nadie nuestro sentido de la historia, que ha contribuido a reforzar nuestro orgullo por haber forjado un Imperio que no fue solo militar o naval como lo quieren pintar algunos, sino cultural, religioso, organizativo, capaz de romper odios entre tribus, de integrar razas. Cataluña tuvo que ver con este Imperio, como había tenido que ver con Lepanto y con la expansión mediterránea del entonces Reino de Aragón. Y Cataluña en los últimos siglos ha sido ejemplo de cultura del esfuerzo, de dinamismo empresarial y de un asiento cultural de primer orden, abierto a todos los horizontes, razas y lenguas.

Y en las encuestas de estos días (3) se ha comprobado que son más los catalanes que no quieren la secesión y consideran compatible sentirse buen catalán y a la vez buen español, aunque oficialmente el mayor causante del cáncer que es TV3 los considere «catalanes malos». Un 63,2 % de la población actual de la Comunidad considera que la política ha empeorado; un 69,7% que los acontecimientos del otoño de 2017 afectaron negativamente a su economía; un 66% que los indultos no han mejorado el clima de convivencia político y social. Solo un 9% cree que el independentismo tiene mas fuerza que antes; un 21,8%, la misma fuerza; pero un 58,7% cree que ha perdido fuelle. Tendencia sí, pero no se puede bajar la guardia.

Respondo a Elvira Roca utilizando palabras de nuestro Rey pronunciadas en aquella histórica alocución del día 3 de octubre: «Sé que en Cataluña hay mucha preocupación e inquietud con la conducta de las autoridades autonómicas. A quienes así se sienten, les digo que no están solos, ni lo estarán; que tienen todo el apoyo y solidaridad del resto de los españoles».

Desde luego –aunque entiendo a Elvira–, no votaría como ella.

(1) 6 y 7 de septiembre

(2). Unión Nacional Revolucionaria Guatemalteca. El proceso de paz duró más de 20 años.

(3) La Razón. 2 octubre 2022