Felipe González

De la victoria felipista a la exaltación sanchista

«Era un gobierno muy progresista, pero todos se forraban a costa de los presupuestos»

El PSOE está celebrando uno de los momentos estelares de la Humanidad. Fue cuando pasamos de Atapuerca a la modernidad y el progreso. No hay duda de que Stefan Zweig hubiera podido dedicar un capítulo de su conocido libro a la victoria de Felipe González en 1982. He de reconocer, una vez más, que siento admiración por la capacidad socialista de reescribir la Historia. Son capaces de vender ese periodo como si hubiéramos pasado de Atapuerca al felipismo sin solución de continuidad. Por supuesto, cuentan con una gran cantidad de hagiógrafos dispuestos a minimizar los aspectos negativos y engrandecer los positivos. Es verdad que el periodismo y los pseudointelectuales tienen una contribución decisiva, porque el sesgo izquierdista hace que se contemple con más simpatía a González, Zapatero y Sánchez que a Aznar y Rajoy. A los dirigentes socialistas se les presupone una condición progresista frente a sus reaccionarios rivales. La corrupción es algo ajeno a ellos, nunca es sistémica a pesar de los escándalos que llevan protagonizando desde el felipismo, mientras que los populares han de cargar con ese estigma.

Los periodistas de izquierda y derecha, salvo excepciones, se entregaron a González. Era objeto de una adoración indisimulada. Esto hizo que los crímenes de los GAL o la corrupción fueran golpes muy dolorosos, porque eran creyentes. Por supuesto, Felipe no sabía nada. Los amables lectores encontrarán un interesante paralelismo, dicho irónicamente, con lo que sucede ahora. El entonces inquilino de La Moncloa no se preocupó en indagar sobre el terrorismo ordenado y amparado por personas de su confianza. No se interesó por las oscuras finanzas de su partido o los escandalosos enriquecimientos de aquellos años. A mí me hubiera llamado la atención lo sucedido con Rumasa o que algunos socialistas pasaran de pisos modestos a lujosos chalés. Era un gobierno muy progresista, pero todos se forraban. Otro aspecto entrañable es ver a González, que le gusta vivir como un millonario y rodearse de ellos, regresar como un líder socialista. No me sorprende, porque sucede lo mismo con el nuevo comunismo de Xi Jinping o Vladimir Putin. A todos les gusta vivir muy bien, como sucede con los estómagos agradecidos de la izquierda política y mediática. En algunos casos es por su acomodado origen social, como sucede con Podemos o Más País, mientras que en otros no les ha costado acostumbrarse. A todos les gusta vivir a costa de los presupuestos.

El felipismo hizo cosas positivas y otras que no lo fueron tanto, pero sus hagiógrafos son muy benevolentes. Los gobiernos anteriores y posteriores también realizaron avances sociales, culturales y económicos, pero eran de centro derecha. No encaja en el relato. Feijóo sufre ahora las consecuencias de no haber sido un «buen indígena». Todos recordamos las películas donde la población africana se refería a sus señores, los dominadores británicos, como «bwana». Era una muestra de sumisión. Los que se portaban mal, de acuerdo con la mentalidad o los deseos de sus amos, eran cruelmente castigados, mientras que el resto era recompensado con algunas baratijas o una palmadita. En estos días de exaltación del sanchismo, el líder del PP ha cometido la osadía de no decir «sí, bwana». La reacción política y mediática ha sido demoledora. Durante el liderazgo de Casado, se miraba al entonces barón gallego como el modelo que debía seguir. Lo consideraban un líder centrado y moderado, pero ahora es un político sin atributos que se somete a una imaginaria derecha política y mediática reaccionaria.

Por lo visto, los que eran furibundos antisanchistas y ahora sus entregados defensores consideran lógico que se modifique el delito de sedición para que lo puedan volver a hacer, como vienen repitiendo, sin asumir ningún riesgo penal. Les parece lógico que, tras el polémico indulto, ahora puedan regresar a los cargos electos como si no hubiera pasado nada. Algunas memorias son muy frágiles. No les importa la politización de la Justicia y que Victoria Rosell pase de ser delegada del Gobierno contra la Violencia de la Mujer, con rango de secretaria de Estado, para sentarse en el CGPJ. En estos días de hipocresía máxima con la celebración de la victoria de Felipe González para mayor gloria de Pedro Sánchez, teniendo en cuenta que se detestan, resulta fascinante que no se muestren indignados. Es bueno recordar que el bien a proteger es la continuidad del gobierno socialista comunista, aunque sueñan con enviar a Podemos y Pablo Iglesias a la papelera de la Historia. En esto estoy de acuerdo, porque son nocivos, incompetentes y vagos.

Feijóo debería tomar buena nota de lo que ha sucedido y no caer en los errores de sus antecesores, que se dejaron seducir por la izquierda mediática y un socialismo que se estaba reagrupando tras las derrotas de 1996 o 2011. No hay más que recordar cómo impusieron, cuando regresaron al poder, sus leyes ideológicas destinadas al adoctrinamiento social o colocaron a sus amigos sin ningún rubor, como sucede actualmente. El único requerimiento es ser progresista, que es un concepto tan difuso e imposible de definir como sucede con el peronismo. Le pregunté en cierta ocasión a un conocido que fue presidente interino de Argentina qué era ser peronista y me aclaró que basta decir que lo eres para adquirir esa condición. Es una llave maestra que abre cualquier puerta. Es lo que sucede en nuestro país en las empresas públicas, instituciones y órganos constitucionales. El único requisito es ser camarada o amigo del partido, y declararse progresista. Esto permite ordeñar con absoluto descaro los Presupuestos Generales del Estado. Hay una línea de continuidad entre el felipismo y el sanchismo, porque los dos hicieron exactamente lo mismo. No importa que se detesten, porque coinciden en recompensar a los leales.