Política

Bauman y las manos de la política

El poder cumple sus promesas, y no puede hacerlo sin violar cada vez más la libertad de unos súbditos

El sociólogo polaco Zygmunt Bauman fue y es admirado por el pensamiento único antiliberal, y recibió, como otras luminarias de la corrección política, el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. En una entrevista en «El País», poco antes de su muerte, proclamó dramáticamente: «La política tiene las manos cortadas». No las que recaudan impuestos, desde luego.

Algunos objetaron ante estas solemnes gansadas (https://bit.ly/3sVBl3L), pero en general los chamanes como los de «El País» aplaudieron a Bauman porque «alerta de la pérdida del sentido de comunidad en un mundo individualista». El hecho incuestionable de que en este mundo individualista el individualismo esté recortado y sometido por los Estados más onerosos de la historia jamás ha inquietado a los chamanes, que siguen repitiendo los errores de Galbraith y una multitud de pensadores antiliberales que sostienen, contra toda evidencia, que aquí no hay Estado, reinan el mercado «neoliberal» y la no intervención, y los pobres ciudadanos, sumergidos en la «modernidad líquida», estamos en manos de las malvadas corporaciones. Vamos, señora, que a usted no le quita el dinero la Agencia Tributaria, sino Amancio Ortega.

En este dislate el propio Bauman extravía sus ideas valiosas sobre la dilución de las relaciones interpersonales y la debilidad de la responsabilidad y los compromisos recíprocos. Estas fértiles nociones quedan ahogadas bajo el dogma del supuesto individualismo rampante, el pretendido peligro de las redes sociales, y el conflicto «de cada uno con la sociedad». Los pasos siguientes llevan a la conclusión de que aquí el problema estriba en la libertad de las personas que, al ser excesiva, corroe el sentimiento de ciudadanía y culmina en un rechazo a la política: «Lo que está pasando ahora, lo que podemos llamar la crisis de la democracia, es el colapso de la confianza. La creencia de que los líderes no solo son corruptos o estúpidos, sino que son incapaces. La gente ya no cree en el sistema democrático porque no cumple sus promesas».

De haber partido Bauman de la premisa realista de que las manos de la política nunca han sido cortadas, igual habría observado que la desconfianza no deriva de que el poder no cumpla sino, precisamente, de que cumple sus promesas, y no puede hacerlo sin violar cada vez más la libertad de unos súbditos que, mire usted por dónde, lo rechazan.