Fútbol

Nada personal, solo negocios

El fútbol podría haber tenido algún gesto que mostrara que no todo es dinero

Cuando hace una década se decidió que el mundial de fútbol de este año se celebraría en Qatar, que es una monarquía islámica suní wahabita, en la que la homosexualidad está proscrita, las mujeres son seres de segunda categoría, los trabajadores extranjeros no pueden sindicarse y la libertad de expresión no existe, algún avispado dirigente del universo futbolístico mundial tuvo la ocurrencia de exigir que para la fecha del campeonato se hubieran hecho algunas reformas, aunque sean cosméticas, de forma que la decisión no terminara siendo lo que ha terminado siendo, un escándalo que no sólo no limpia la imagen de Qatar, sino que ensucia aún más ese universo corruptible que rodea el negocio de fútbol. Supongo que algo habrán reformado, pero a día de hoy los homosexuales que cometan la imprudencia de viajar al mundial para apoyar a su equipo ya han sido advertidos por los organizadores de que no podrán expresar su afecto en público, las mujeres siguen necesitando permiso de sus hombres «protectores» (Corán dicta) para casi cualquier actividad y las relaciones sexuales fuera del matrimonio se penan con hasta seis años de cárcel. No tengo constancia, pero puedo equivocarme, de que los trabajadores extranjeros puedan ya estar sindicados. Lo que sí parece es que la cantidad de emigrantes muertos durante las obras para las instalaciones mundialistas se fue más allá de los 6.000. En diez años, sale a una media de 600 por año. Poca broma.

Me imagino que cuando el domingo empiece el fútbol se irá apaciguando la marea de protestas y portazos. Rod Stewart, que ama el balón casi más que a sí mismo, ha rechazado un millón de euros por ir a cantar, y artistas como Shakira o Dua Lipa, previstas en principio, también ha dicho que nones. La española Chanel, que canta el himno de la selección en este mundial, no tiene más remedio que ir, pero ya advierte que lo hará con su equipo LGTBI y su «culo hipnótico».

El deporte, sobre todo el de élite, debería ser un territorio de ejemplaridad y estímulo. Debería, porque apenas lo consigue. Sobre todo, cuando con tanta frecuencia cambia su objetivo por la pasta. Y ni siquiera disimula. Lo estamos viendo en la forma en que ha desdeñado una oportunidad como la de Qatar.

Parece razonable que en un mundo que comercia satisfecho con dictaduras como la China, que es capaz de dejar a su suerte a todo un país como Afganistán, que ha explotado continentes y destruye recursos para seguir haciendo negocio, no se pongan demasiadas objeciones a un evento deportivo en un país que se pasa por el forro derechos humanos universalmente aceptados. En nombre, además, de una cultura sobre la que exigen un respeto que no muestran a los que se salen de su norma.

Pero se echa de menos algo más que comentarios aislados de algunos equipos o jugadores o cantantes o celebridades que se niegan e ir. El fútbol podría haber tenido algún gesto, hecho alguna declaración, elaborado algo que mostrara que no todo es dinero, que no hay solo negocio, que, además, se es sensible a situaciones en las que la gente está sufriendo.

Siempre, claro, que las instituciones mundiales del fútbol velen por algo más que el negocio y tengan algún tipo de sensibilidad fuera de la contable. Que vaya usted a saber.