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Seguramente encontremos otros espacios para insultarnos. De eso no cabe duda

No, si al final me va a caer hasta bien el cretino de Elon Musk. El tipo visionario, excéntrico, el súper villano de cómic de libro, está montando tal follón al llegar a Twitter que es que me lo voy a comer a besos. A ver si cierran esa cloaca y nos ahorramos tanta bilis desde por la mañana. Miren, yo Twitter lo uso por trabajo. Necesito saber qué tendencias, qué momentos televisivos se convierten en virales, qué perfiles creadores de contenidos lo hacen algo más entretenido. Ahora, les digo también, que si no fuera por esa circunstancia, servidora hubiera cerrado su perfil hace mucho tiempo. Primero, porque toda esa mierda de la libertad de expresión es mentira. A ti te pueden insultar, vejar, llamar gorda, vieja, malfollada (perdón, pero es literal), y no pasa nada. Ahora bien, como metas un comentario xenófobo, machista, ofensivo, no sólo es que no va a pasarte nada, sino que, encima, serás una estrella. Todo bajo un pseudónimo, bajo varios pseudónimos que la gente se crea para vejar a otros, sin responsabilidades y sin control. Ha llegado a la gestión el tal Musk, que es un botarate importante, y se tambalea el negocio. Se ha sacado la minga dominga, la ha puesto encima de la mesa, se ha cargado a los altos cargos de la red y, a los que permanecen, les ha exigido jornada laboral de taller bangladesí de costura. Todo en orden. Así se hacen las empresas poderosas y solventes, con un par. Observo con interés toda esa ola que nos invita a cambiarnos a otras redes para seguir en lo mismo. Otros lugares creados por los ex empleados, por los que bichean, por los avispados. No nos vendría mal que este ímpetu se fuera disolviendo como un sobre de ibuprofeno y que consiguiéramos quitarnos ese postureo inútil que engorda egos de gente que no puede brillar en el diario y quiere hacerlo desde su despacho, con el pelo graso y la vida con vinagre. Ya se fueron MySpace, por ejemplo. Y quedaron antiguas Hi5 o Metroflog. Y aquí estamos. Seguramente encontremos otros espacios para insultarnos. De eso no cabe duda. Vivimos como no hubiéramos querido vernos nunca. Igual estas mierdas nos sobran, ¿no? O ya es que nos hemos vuelto gilipollas.