Gobierno de España
Cueste lo que cueste
La Historia nos enseña que por mucho que se las adoctrine, no siempre las jóvenes generaciones comulgan con ideas impuestas
Común la expresión «whatever it takes» entre los sajones. Es lo mismo. Lo que en la cultura del esfuerzo y en iniciativas humanitarias es positivo, en el mundo de la política puede llegar a ser absolutamente nocivo.
Si la Ley es el débil intento del hombre por sentar los principios de la decencia, me temo que hayamos perdido principios y decencia.
El momento es preocupante, máxime en un entorno internacional que demandaría fortaleza interna, cuando se intenta desmantelar el sistema que nos dimos en 1978; se pierde la confianza en la clase política; se afrontan momentos económicamente difíciles sin haber superado una grave crisis sanitaria; no hay espacio para la ilusión, la intrepidez, el riesgo medido, incluso el patriotismo. Escribiría Arthur Miller: «una era termina cuando sus ilusiones básicas se han agotado». Con cortinas de humo se recurre al pasado, al descrédito, al insulto, a la burda manipulación de las noticias; se proclama la intransigencia como virtud, mofa de la persona que obra con rectitud. Se borran delitos tipo de nuestro Código Penal –como la sedición– mintiendo tanto con la fecha de su promulgación, como en una necesaria armonización con la legislación europea. Se oculta que, con otro nombre, el Código Penal alemán (Art.º 81) castiga la «alteración del orden constitucional y los intentos de escindir una parte del estado» a penas que van de los diez años a la cadena perpetua. Su aprobación se entremezcla con otras iniciativas parlamentarias como los PGE, apelando a la necesidad del momento –noviembre de 2022–, cuando vamos conociendo que somos meras comparsas, segundones y figurantes de una mala película, cuyo guion se escribió y firmó con ERC hace meses.
Cueste lo que cueste el «gran hermano» necesita controlarlo todo, incluidas Instituciones; alimentarnos lo justo a todos; pensar y decidir por todos. No necesita crear más líderes –su principal función–; le basta con conseguir más seguidores. Todos sus esfuerzos los dirige, bien sazonados por medios agradecidos, a los sumisos rebaños de quienes considera sus súbditos.
La idea fuerza del nuevo relato arranca de un nefasto 14-M de 2004, que obvia aquella sabia reflexión de Churchill: «si abrimos el debate entre el presente y el pasado, podemos estar en peligro de perder el futuro».
Y estamos perdiendo el futuro, aunque no les quede demasiado temario para reescribir el pasado, desalojando tumbas, cambiando nombres, persiguiendo a nostálgicos cuya única fuerza residual consiste en la lealtad a una ideología. Se queman solos en el presente con disposiciones urgentes, mal digeridas, ninguneando instituciones, faltos de ponderación y autocrítica, con cesiones a declarados enemigos de España como ahora en Navarra o ayer en San Sebastián. Zorrilla por boca de D. Juan Tenorio les recordaría: «adviertan los que de Dios juzgan los castigos grandes, que no hay plazo que no llegue ni deuda que no se pague». Tengo claro que estos que hoy juzgan a sus propios padres y abuelos, lo pagarán con sus propios hijos y nietos. La Historia nos enseña que por mucho que se las adoctrine, no siempre las jóvenes generaciones comulgan con ideas impuestas.
Me pregunto muchas veces, si entre los centenares de asesores que pululan por Moncloa hay un solo licenciado en Historia. No me atrevo a pedir un doctor o un catedrático. Alguien que les recuerde que de la mentira nace la violencia y que la manipulación de las masas tiene sus riesgos. Que el mundo clásico greco romano ya trató y definió el modelo de político ventajista, cínico, que hace de la mentira oficio de poder. (Temo citar a Cicerón porque alguien podrá pensar que me refiero a un compañero de Vinicius que anda estos días por Qatar, en otra aprovechada cortina de humo).
Aumenta mi preocupación, el entorno internacional en que nos movemos marcado por una indiscutible crisis –y no solo de valores– que afecta a la economía, a las fuentes de energía, a una inflación desbocada, a nuevamente, una Europa en guerra. En un noviembre de cumbres, destaco el comunicado suscrito en Bali por el G-20 (1) grupo que representa el 80% del PIB mundial, el 75% de su comercio y el 60% de su población. Partiendo de su núcleo original, el G-7, nacido a consecuencia de crisis económicas, el G-20 se concibió como plataforma para ministros de finanzas y bancos centrales. Pero hoy es mucho más amplia su función. Bali seguramente marcará el comienzo de una nueva era de claro carácter geopolítico donde se marcan tendencias y expectativas, buscando estabilidad en momentos de indiscutibles crisis.
Momentos a los que deberíamos enfrentarnos con unidad, solidaridad, esfuerzo, solidez institucional y equilibrio de poderes.
Pero me temo que vamos por otro camino.
(1) España no pertenece al Grupo, pero desde 2008 tiene estatus de «invitado permanente».
Luis Alejandre Sintes es general (R).
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