Pedro Castillo
Castillo, otro amigo de Podemos
«La caída de Castillo es una buena noticia para los demócrata, al igual que la decadencia de Podemos»
Hay que reconocer que el telepredicador Iglesias y sus acólitos de Unidas Podemos no tienen buen ojo a la hora de escoger amigos, porque son gente antidemocrática. La realidad objetiva es que todos comparten el concepto sectario del populismo de izquierdas y antisistema, aunque sueñan con convertirse en sistema. Es la ola que se ha extendido, desgraciadamente, por muchos países de Iberoamérica. La centralidad ha saltado por los aires y se ha abierto camino a los radicalismos de ambos lados. Es verdad que los «amigos» de Podemos, como sucede en México, Brasil, Argentina, Cuba o Chile, gozan de buena prensa gracias a la hegemonía de la izquierda entre los periodistas españoles. Por cierto, tampoco me gustan los ultras de derecha o sujetos como Trump y sus seguidores trumpistas. Todos son basura ideológica que se nutre de las crisis económicas, sociales e institucionales que asolan, desgraciadamente, un continente hermano. Esos extremismos se retroalimentan, porque necesitan enemigos para justificar su existencia. Perú es un país maravilloso que no tiene suerte con los gobernantes que elige. Con ello no cuestiono la libre elección en una democracia, pero cabe reflexionar sobre los males que acarrea un sistema presidencialista que favorecen el caudillismo.
La elección de Castillo fue una catástrofe, pero su rival de derechas le iba a la zaga. Era elegir entre dos opciones malas. El tiempo ha demostrado que triunfó la peor. No solo era un presidente corrupto e incompetente, sino que finalmente intentó dar un golpe de Estado. Los peruanos tuvieron la fortuna de que fracasó por la fortaleza de las instituciones y el compromiso democrático del Ejército y la Policía. Nadie quiso seguirle en su intento para impedir una moción de censura. El expresidente quería imponer el estado de excepción, suspender las instituciones y gobernar a golpe de real decreto. Desde que fue elegido demostró que era un auténtico indeseable, aunque contara con la simpatía de los acólitos de Iglesias. Los populistas adoran el autoritarismo y la obsesión por «salvar» al pueblo, aunque no necesite ser salvado. Confío en que Iberoamérica regrese a la centralidad con partidos que respeten las instituciones. La caída de Castillo es una buena noticia para los demócratas, al igual que la decadencia de Podemos. La democracia es siempre la mejor medicina para acabar con los populismos.
Francisco Marhuenda es catedrático de Derecho Público e Historia de las Instituciones (UNIE).
✕
Accede a tu cuenta para comentar