Bolívar
Dos siglos de la Navidad Negra
Fueron asesinados ancianos, mujeres y niños, incluso los que pudieron refugiarse en las iglesias, quedando estas y todo el pueblo regado de sangre y cadáveres de inocentes
San Juan de Pasto es una ciudad del suroccidente de Colombia, más cercana a Quito –de la que dependía antes de la independencia– que de su actual capital, Bogotá. Situada en medio de la cordillera andina a 2.527 metros de altitud. Su relativo aislamiento y su población mayoritariamente indígena, determinó su carácter y su resistencia a la insurrección criolla de Simón Bolívar. De allí fue su regidor perpetuo el capitán Hernando de Ahumada, hermano mayor de Santa Teresa de Jesús, y es donde reposan sus restos.
Es sabido que las guerras hispanoamericanas constituyeron, principalmente, una guerra civil entre criollos; donde unos, apoyados por Inglaterra, eran partidarios de la independencia, y los otros, deficientemente ayudados por una España invadida por Francia, eran partidarios de seguir perteneciendo a la Corona española. Sin la ayuda inglesa y sin la ocupación francesa, la historia hubiera sido otra. Cuatro quintas partes del ejército real eran naturales del país, donde los indios mayoritariamente defendían a España, porque desconfiaban de la nueva clase dirigente criolla.
Algo tuvieron que ver las Leyes de Indias, una legislación tan avanzada como humanitaria para aquellas fechas; al igual que el llamado «Resguardo», una institución jurídica y agraria por la que se reconocía la propiedad inalienable y comunitaria del territorio de una colectividad india. Fue adoptada por la Corona española a fines del siglo XVI, en protección de los indígenas, y estos la vieron peligrar con la Revolución. «Resguardo» que aún sigue vigente en la Constitución de Colombia (artículo 286) bajo el nombre de «Entidades Territoriales Indígenas». Resulta esclarecedora a estos efectos la obra de Jairo Gutiérrez Ramos «Los indios de Pasto contra la República (1809-1824)».
En efecto, determinadas leyes de la «Recopilación» se referían a la protección de las tierras de los naturales. Tras la independencia, los nuevos gobiernos derogaron las Leyes de Indias, quedando los indígenas desprotegidos, de manera que «las oligarquías terratenientes, de México a Argentina, iniciaron una brutal política de despojo para arrebatar a los indígenas las tierras reconocidas por la Corona», según nos cuenta el historiador nicaragüense Augusto Zamora en «Malditos Libertadores».
Por ello, no es de extrañar que en 1814, el Cabildo de Pasto rechazara unirse a los sublevados, porque «Nosotros hemos vivido satisfechos y contentos con nuestras leyes, gobiernos, usos y costumbres», terminando convirtiéndose en un foco de obstinada resistencia realista frente a los insurrectos.
Resistencia que concluyó, en palabras del historiador colombiano Rafael Sañudo, con «el mayor genocidio ordenado por Bolívar y ejecutado por Sucre», en este caso, contra su propio pueblo. Todo ello en un día tan señalado como el 24 de diciembre de 1822, hace ahora dos siglos, en unos sucesos que han pasado a la historia como la «Navidad Negra», o «Navidad Trágica», paradigma de la inmensa crueldad y atrocidad de Bolívar.
Fueron asesinados ancianos, mujeres y niños, incluso los que pudieron refugiarse en las iglesias, quedando estas y todo el pueblo regado de sangre y cadáveres de inocentes. Bolívar odiaba a Pasto por su enconada resistencia, señalando: «Los pastusos deben ser aniquilados, y sus mujeres e hijos transportados a otra parte, dando aquel país a una colonia militar». Hoy detectaríamos a un despiadado genocida. Pasto se defendió de Bolívar hasta que su barbarie la arrasó.
Bolívar ordenó al general Sucre, que al frente del batallón «Rifles», compuesto por británicos, muchos de ellos veteranos de Waterloo, castigara y destruyese a Pasto, ciudad habitada fundamentalmente por naturales de su propio pueblo, aunque la realidad era que la nueva clase criolla despreciaba a los indios. Bolívar sentenció «Pasto debía ser borrado del catálogo de los pueblos».
El doctor Ignacio Rodríguez Guerrero, ex rector universitario, historiador y ex alcalde de Pasto escribió «Nada es comparable en la Historia de América, con el vandalismo, la ruina y el escarnio de lo más respetable de la vida del hombre, que fue sometida la ciudad el 24 de diciembre de 1822 por el batallón Rifles»
Tal orgia de sangre y gratuita crueldad fue altamente criticada, incluso por insurrectos de relieve, como el general Córdova, o el mismísimo edecán de Bolívar, el irlandés O’Leary, en sus «Memorias» quien nos dejó un panorama desolador «Prisioneros degollados a sangre fría, niños recién nacidos arrancados del pecho materno, la castidad virginal violada, los campos talados y habitaciones incendiadas, son los horrores que han manchado las páginas de nuestra historia militar en la primera época de la guerra de independencia».
La «Navidad Negra» ha quedado grabada en la memoria colectiva de Pasto y, aún hoy, la mantiene viva, junto con el recuerdo del general indígena y realista Agustín Agualongo, alma de la resistencia pastusa, que por su peculiar historia merece un aparte. Mientras tanto, en España seguimos teniendo calles, plazas, avenidas y estatuas de un inmisericorde Bolívar incluso con su propio pueblo. ¡Incomprensible!
Tomás Torres Peral. Comandante de Caballería. Academia de las Ciencias y Artes Militares.
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