Campaña electoral
Gorros con cuernos y precampaña
Solo cabe esperar tras una eterna precampaña, que los que aquí ya tienen experiencia en ello –estos sí– no llamen a rodear parlamentos tras el «28-M»
Cuando nos llegaban este lunes las inquietantes noticias del asalto por parte de civiles radicales partidarios de Bolsonaro a las principales sedes de la democracia brasileña, las apuestas en la redacción de noticias de Onda Cero comenzaban a cruzarse casi monográficamente en torno al mismo interrogante, cuanto tiempo tardaría la izquierda podemita en recurrir al espantajo de los vínculos entre extremas derechas trogloditas que no asumen la legitimidad de un resultado electoral como la que se retrata en el entorno del ex presidente de Brasil y la «derechona» española encarnada en Núñez Feijóo, sobre el que no hay tertulia en la que alguien no deslice el perro de paja de su supuesta incapacidad para reconocer la legitimidad de Sánchez en La Moncloa. La burda comparación se convertía en el «sesudo» argumento de la semana en una izquierda que, de aquí a la gran batalla electoral de mayo por el poder territorial y la posterior confrontación de generales, no va a desaprovechar ni las raspas de cualquier acontecimiento del que pueda exportarse a nuestro patio político doméstico la imagen de una derecha que, aunque tuviera a Olof Palme de primer referente, siempre va a ser caricaturizada bajo un gorro con cuernos entrando en el capitolio.
La que ya ha comenzado –con dos cruciales citas con las urnas a la vuelta de meses– probablemente acabe siendo la más interminable precampaña electoral de toda nuestra democracia, pero esto, que no tiene por qué ser necesariamente nocivo, alberga el peligro real de una degradación del sistema, si los argumentos de algunas estrategias se centran en la descalificación sistemática de la condición democrática del adversario abrazando postulados guerra civilistas que pensábamos enterrados, pero que han ido reverdeciendo al albur de un populismo revanchista empeñado en sacar réditos demoscópicos repartiendo carnets de pedigrí democrático.
La tarjeta de visita ya está entregada tras la lectura nacional de unos acontecimientos en Brasil que, curiosamente lo que realmente ponen a remojar son las barbas de estados cuyos gobiernos, por puro tacticismo y dando la espalda a consecuencias imprevisibles les han dejado más indefensos, tras la supresión de delitos como el de la sedición, a mayor gloria de quienes deciden a la carta lo que es o no es un desafío a los cimientos de la nación. Solo cabe esperar tras una eterna precampaña, que los que aquí ya tienen experiencia en ello –estos sí– no llamen a rodear parlamentos tras el «28-M».
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