El ambigú

La alternativa

Esperemos que la voluntad popular se exprese sin sobresaltos

La moción de censura que el Parlamento ha debatido esta semana le ha concedido a Pedro Sánchez una victoria parlamentaria y el escenario propicio para presentar su ticket electoral con Yolanda Díaz, señalada hace dos años por el dedo de Pablo Iglesias y esta misma semana por el del presidente del Gobierno, para crear, bajo el revelador nombre de «Sumar», otro Frankenstein. La votación a viva voz que cerraba el debate se enlazó, sin solución de continuidad, con la declaración pública en la que la directora de la Guardia Civil presentaba su dimisión, salpicada por la presunta implicación de su marido en el caso de los EREs de Andalucía, así como por las derivadas del «Caso Mediador» respecto a algunas obras del Instituto Armado. Es la segunda vez que un director de la Benemérita nombrado por un presidente socialista cae por corrupción, lo que hace que el imaginario colectivo del socialismo más icónico funda en una sola las imágenes del Tito Berni, los EREs andaluces y Luis Roldán, justo en el momento que el Gobierno rebaja delitos como la malversación, por no volver a recordar la «triple vírica» del sanchismo, con rebaja de penas para violadores, mejora de situación penitenciaria para terroristas e indultos para sediciosos. El colofón a la moción no ha podido ser más didáctico, como resumen de una época, y también como ejercicio de lo que algunos llaman justicia poética, esa que la izquierda jamás osó controlar. Como quiera que fuere, la pretendida moción de censura fue un verdadero retrato de la situación, porque las palabras dijeron tanto como los silencios y hasta las ausencias demostraron la finura de las mejores estrategias. Hubo más censura que emoción, sobre todo por el abuso de los tiempos en esos monólogos de 238 minutos con los que el presidente y la «presidenta segunda» intentaron someter al Parlamento y a los telespectadores. La doble jornada de parlamentarismo arrojó la certeza de que el Gobierno, ahora mismo, es un enfermo con algo más grave que el síndrome de la Moncloa, porque lo que tiene es una enfermedad terminal, pese a que rechaza, por laicismo estricto, la extremaunción. Siempre les quedará Pekín, la Presidencia Europea, y por supuesto esos cómodos vídeos y actos de partido, a todo diésel, gracias a la tarifa plana del falcon, entre coletazos de cesarismo y sectarismo, porque todo hace pensar que la estrategia de polarización llegará hasta sus máximos extremos y sólo serán indecentes los pactos que el socialismo no alcance. Construyeron trincheras para hacer política, esa era su estrategia. Y en ellas es donde resisten, como si fueran sepulcros premonitorios o acorazados a punto de ser hundidos. Las persistentes menciones al Partido Popular, en todos los discursos de la izquierda, pero muy especialmente en el del presidente, mostraron la verdadera centralidad de quien venció realmente la moción, consolidando su posición de liderazgo demoscópico, intelectual y moral al sanchismo, claramente la mejor opción para reconstruir todo lo que ha sido herido o roto. Una alternativa valiente y realista, que sustituirá al Gobierno de coalición, dependiente de socios contrarios a la Constitución, como son EH Bildu y ERC, lo que hará con una oferta auténtica de regeneración democrática e institucional, de recuperación económica y de atención a los problemas reales. La moción ha servido para clarificarlo, dejando constancia de varios hechos irrefutables: uno, que muchos españoles serían mejor presidente que el actual; dos, que la mayoría de ellos prefiere al líder del Partido Popular como alternativa. El tercero, por si todavía alguien lo dudaba, es que no hay alternativa a la alternativa. Esperemos que la voluntad popular se exprese sin sobresaltos.