El buen salvaje

Cantidubi

Si el portavoz no puede defenderse más que con la tensión de haberse tomado cuatro cafés con mala leche es que el portavoz más que argumentos trabaja con insultos de tapadillo

Patxi López, en lo de Alsina, quedó fijado a la barra del bar para ser ya y para siempre el típico chulito que es capaz de liártela por pedir una cerveza sin gluten. El codo en la barra y larga la lengua para llegar a todos los rincones, limpiando serrín. Resulta que Patxi es el PSOE, es su portavoz al menos, pero ¿qué es un portavoz? ¿O qué se cree el portavoz que es?, si Patxi es el PSOE, digo, es un pozo sin más agua que las menores de Matalascañas, adonde llega el lenguaje fecal de la campaña de las elecciones. Si el portavoz no puede defenderse más que con la tensión de haberse tomado cuatro cafés con mala leche es que el portavoz más que argumentos trabaja con insultos de tapadillo. Patxi descubrió lo que es un periodista, «¡Oh, un periodista, y encima no le puedo tratar como a un diputado de la oposición! y decirle ‘Que te vote Txapote’, que para eso soy Patxi y puedo hablar en vasco, en euskera, digo».

Se entiende que Pedro Sánchez no quiera «micronofear» más que con la chica de la SER, que es como la niña de la curva para el PP, una voz dando sustos como las brujas del tren de los escobazos. Ahí está también la diferencia entre un periodista y un periolisto, y también está la diferencia entre lo que se dice de Doñana y lo que en verdad pasa en Doñana. A nadie le ha importado aquello más que para el veraneo, que eso sí es de «señorito», pero se nos rompió el amor, que es cuando en vez de sudar se colocan unas gotas de atrezzo en la frente, y ahora es un asunto de Estado: Greta Thunberg vestida de faralaes para la romería de la Virgen del Rocío mancillada.

Patxi, como hace unos meses inventaba el propio Alsina, se convirtió en Luis Ricardo, el monstruo de Sanchezstein, que seguía las órdenes de los niños cuando oía: «Luis Ricardo, cantidubi dubi dubi cantidubu dubi ya ¡ya!» y entonces el personaje hacía aquello que se le mandaba. Ya sabemos quién es Sanchezstein, pero ignoro ese momento en que Patxi López acepta convertirse en un monstruo marioneta que provoca la tristeza de los payasos.