Tribuna

Claridad y modernización del lenguaje jurídico

Cuando un texto es oscuro es difícil la interpretación, incluso puede empeorarse el concepto expresado

Las palabras sirven para la comunicación de los seres humanos. Nadie sabe quién fue su inventor. Se atribuye a Cadmo hijo de un rey fenicio que las introdujo en Grecia. Este país fue la cuna de Hermes el dios de pies alados, que tenía como misión enviar los mensajes de una ciudad a otra, de ahí la hermenéutica, la interpretación de los textos, que estudiaron algunos filósofos tan importantes como Gadamer, Schleimaier y en España su discípulo Ortega y Gasset.

En una fábula de Esopo se dice: ¿Qué es lo mejor que tiene el mundo? La lengua porque puede expresar cosas muy bellas y ¿qué es lo peor? La lengua, porque con las palabras es posible proferir insultos y maledicencias.

Es cierto que con frecuencia se advierten diferencias entre el lenguaje común y el que utilizan los profesionales, médicos, juristas, matemáticos, políticos. Puede parecer que eligen deliberadamente una forma de expresión críptica para preservar el sacrosanto secreto de la profesión, reservándose un reducto al que no puedan acceder los ajenos a la materia.

Montesquieu en su obra El espíritu de las leyes mantuvo que el estilo de las leyes debe ser claro y conciso, como ejemplo señalaba la Ley de las XII tablas, modelo de precisión, que los niños recitaban de memoria. Es importante destacar el problema que se plantea con las palabras equívocas que pueden causar graves consecuencias en el mundo de los profesionales con el solo cambio de una letra o de un signo ortográfico. El diccionario define las erratas como error material cometido en la impresión o manuscrito. El profesor Pérez Serrano explicaba que hay erratas crueles y algunas veces, se convierten en vengativas. No es lo mismo definir a un organismo internacional «sinónimo de lucro» que «sin ánimo de lucro», «Poder judicial», que «joder judicial», como sucedió hace tiempo, al parecer por error del linotipista. En la Constitución de 1931 se introdujo un error exponiendo que la República debía procurar la «gratitud» de la justicia a las personas sin recursos, en lugar de la «gratuidad», lapsus que era una amarga ironía.

Cuando un texto es oscuro es difícil la interpretación, incluso puede empeorarse el concepto expresado. Fermi, premio Nobel de física de 1938 manifestó su confusión al asistir a una conferencia y le invitaron a otro debate para aclarar los argumentos expuestos. El gran físico respondió con sarcasmo «después de haber oído estas aclaraciones, sigo igual de confuso pero a un nivel superior».

John Locke defendía que las palabras tienen especial importancia en el mundo jurídico, en el político y en la medicina. Lo que importa de la comunicación es que el receptor pueda diferenciar lo justo de lo injusto y entender correctamente lo señalado, a lo que hay que añadir que deben erradicarse los insultos y las expresiones despectivas.

Alfonso X instaba a cuidar el lenguaje «con primor» y así debe ser siempre que se pretenda dar traslado de nuestros pensamientos y opiniones a los demás. Especialmente debe cuidarse en el ámbito de la política en el que las frases hechas y las repeticiones abruman a los ciudadanos que las reciben cada día con menos interés.

Actualmente se constata la escasa brillantez de los oradores en la política. Frases reiterativas, citas mal tomadas: «las líneas rojas», en lugar de los límites, «el cordón sanitario», «la transversalidad», «he dicho lo que he dicho», «bueno, no, lo siguiente» y otras expresiones sin sentido; hasta se ha llegado a decir que hay que «naturalizar el insulto», sin olvidar el lenguaje llamado inclusivo que ya es inevitable. Lázaro Carreter decía con su gracejo habitual que el verso de Miguel Hernández habría debido decir andaluces de Jaén aceituneros altivos y andaluzas de Jaén aceituneras altivas. Esta forma de expresión es contraria a la economía según la opinión del gran filósofo nominalista, Guillermo de Ockam, que mantuvo que, si con una frase se entiende lo propuesto, no hay que añadir ninguna otra expresión: «non entia sunt multiplicanda».

No hace falta la oratoria de Cicerón, ni alcanzar la precisión de Cervantes. Recordar aquel ripio que se conoce en el mundo jurídico: «nadie entiende al abogado cuando de su ciencia explica, menos aún al magistrado que latines multiplica, pero el pobre ciudadano si la sentencia ha leído siempre se queda dudando si ha ganado o ha perdido porque lo decide un fallo». Fernández Vara ha destacado recientemente que los políticos tienen que hablar «el lenguaje de la gente», siempre con rigor y respeto y lo mismo sucede con las expresiones de los juristas. No hace mucho tiempo se ha aprobado una Orden 912/2022, de 12 de septiembre, creando una Comisión de Claridad y Modernidad del lenguaje jurídico con el propósito de conseguir unas expresiones más inteligibles en el lenguaje de los juristas. Lo mismo debería conseguirse con el idioma que utilizan los políticos.

Guadalupe Muñoz Alonso.Académica Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.