Alfredo Semprún

Bagdad libra una guerra abierta con Al Qaeda

Cuando la invasión de Irak, se hizo famosa por su espíritu de resistencia la provincia de Al Anbar, al oeste de Bagdad, bastión suní. Allí tuvieron los norteamericanos casi un tercio de sus 40.000 bajas –de ellas, 4.500 mortales– frente a una guerrilla resuelta y respaldada por la población local. Pero, del lado iraquí, el peso de los combates recaía sobre las huestes de Al Qaeda, que, por supuesto, trataron de imponer en el territorio la ley islámica en sus términos más estrictos. Un poco como está ocurriendo ahora mismo en Siria, donde los voluntarios integristas del Estado Islámico de Irak y Levante y de Al Nusra, con miles de extranjeros fanáticos enrolados en sus filas, se han convertido en el azote de los grupos rebeldes más moderados, ofreciendo a los chicos de Al Asad una baza política impagable. En Irak, ocurrió algo similar. Pronto los suníes descubrieron que habían pactado con el diablo y algunos jefes tribales se apuntaron al acuerdo general de paz, levantaron sus propias milicias y colaboraron en la expulsión de los integristas.

La guerra sectaria con la mayoría chií se apaciguó, Washington pactó el calendario de retirada, hubo elecciones suficientemente creíbles –en las que llegaron a participar, incluso, partidos laicos e interconfesionales– y un sentimiento muy similar a la esperanza parecía abrise paso. Pero ya se sabe desde Einstein que sólo el Universo y la estupidez humana son infinitos (y de lo primero no estamos muy seguros) y los nuevos gobiernos de mayoría chií se aplicaron a una política sectaria, espejo de la que habían desarrollado los suníes durante su hegemonía bajo el régimen de Sadam Husein. Y hete aquí que ha estallado de nuevo la rebelión (2013 ha terminado con casi diez mil muertes violentas, la mayoría civiles) y que los integristas del Estado Islámico de Irak y Levante vuelven a tomar el mando. En ciudades como Faluya o Ramadi, ya no existe presencia gubernamental. Una demostración de fuerza de Bagdad, disolviendo a tiros uno de los «campamentos de protesta» suníes instalado en las afueras de Ramadi ha tenido como respuesta un acto insurreccional, con asaltos e incendios de comisarías y la liberación de centenares de detenidos. Hay pocos testimonios directos solventes, pero un corresponsal de AFP (la agencia de noticias francesa) daba cuenta ya el pasado jueves de que no había rastro de presencia policial en Faluya y Ramadi, de que cientos de combatientes islamistas, bajo sus banderas negras, se desplegaban en camiones, y de que las milicias tribales también se habían desplegado, repartiéndose con los «alquaidos» el control de los distintos sectores de ambas ciudades. Todo indica que, tras la fase de guerra sucia, en la que el terrorismo integrista de origen suní se ha mostrado especialmente inhumano, con atentados suicidas en mercados abarrotados, mezquitas y funerales, se acerca el momento del enfrentamiento abierto. Bagdad reúne tropas en la provincia rebelde, preludio de la matanza que se avecina, y por primera vez desde la invasión de 2003, la aviación gubernamental lleva a cabo misiones de reconocimiento y ataque. El asunto, mucho nos tememos, no se circunscribirá a la región del Al Anbar. Veremos sus extensiones, por supuesto en Siria, pero también en Líbano.