Iñaki Zaragüeta

El efecto de procrastinar

La Razón
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¿Es un procrastinador Mariano Rajoy? ¿Abundan los procrastinadores en la política? ¿Pululan por la vida en exceso? Eran preguntas que formulaba mi amigo Rogelio hace unos días. Y he de reconocer que enriqueció mi lenguaje y me obligó a acudir al diccionario de la RAE, en donde encontré que «procrastinar» significa «diferir, aplazar» y «procrastinación» es «acción y efecto de procrastinar».

Sin embargo, no existe el «procrastinador», sencillamente porque la palabra no está incluida en el diccionario. A pesar de ello, nos gustó el juego y nos extendimos como si la voz existiera: ¿la persona que aplaza o difiere un asunto es un vago y deja los problemas sin resolver? Parece que no. No es lo mismo ser lento que perezoso, ni parsimonioso que inútil. Por tanto, convenimos que el presidente del Gobierno no se identificaba con el vocablo. Por más que se empeñen en tumbarle en un sofá puro en ristre, Rajoy puede ser tardón pero resolutivo. Ahí están sus obras salvando a España del rescate a su paso o solventando con pachorra embolados como Bárcenas, Correa, Mato, Rato, resultados del 20-D y 26-J... Se sabe que la diferencia entre un perezoso y un diligente se centra en que el primero habla de lo que hará y al segundo no le da tiempo a hablar de lo que hace.

¿Quién podría ser un «procrastinador» dando por bueno el concepto? Es difícil encontrar entre las personas de éxito. Mi amigo sacó a la palestra un nombre de moda para el público del Bernabeú: Karim Benzema. Un delantero centro que deja para otro eso de correr a defender, que difiere el esfuerzo hacia otros con menos galones y privilegios. Efectivamente, podría ser. Así es la vida.