César Vidal

El racismo en América, el pecado original

No son pocos los historiadores que han considerado que la esclavitud fue el pecado original de Estados Unidos. Los padres fundadores no se atrevieron a desarraigarla de la joven nación y durante décadas fue ocasionando un conflicto tras otro hasta desembocar en la terrible Guerra de Secesión (1861-1865). Sin embargo, a pesar de la abolición de la esclavitud, de las enmiendas constitucionales impulsadas por el partido republicano y de la indescriptible dureza de la Reconstrucción (1865-1877), el fruto del racismo no quedó desarraigado. Las cifras de un reciente estudio publicado a inicios de este año señalan que el 49% de los varones negros son arrestados antes de cumplir los 23 años frente al 22% de blancos y el 26% de hispanos. Así, sus posibilidades para encontrar trabajo, recibir una educación y participar en la vida de sus comunidades se ven seriamente dañadas. No sorprende que en términos de ingresos, los negros se encuentren detrás de recién llegados como los hispanos y los asiáticos. Que semejante circunstancia obedece, siquiera en parte, a prejuicios hacia la población negra y a las condiciones de vida es algo difícil de negar. De hecho, las mismas actitudes hacia el presidente Obama se deben tanto al deseo de unos de conjurar los demonios del racismo para siempre como a la aversión que provoca en otros – por mucho que lo nieguen– que un negro haya llegado a la Casa Blanca. Que en las conversaciones en la calle se hable del jefe de Estado como «presidente Obama» o como «el negrito» o «el mulato» es bien revelador.

Con todo, los avances han sido continuos desde los años treinta. F. D. Rooosevelt prohibió la discriminación racial en la industria de Defensa. Truman impulsó la Orden ejecutiva 9808 para acabar con la discriminación racial mediante la legislación federal de manera que, en 1947, la segregación racial había concluido en las Fuerzas Armadas. Al año siguiente, el funcionariado federal quedó también abierto a los negros en pie de igualdad. El republicano Eisenhower era partidario de que la lucha contra la discriminación quedara en manos de los estados –algo que significaba mantenerla en el sur– y hubo que esperar a otro presidente demócrata, JFK, para que en 1961se estableciera la discriminación positiva que recibió el nombre de «acción afirmativa» aunque sin sistema de cuotas. Pero eso era lo que ya pedían algunas organizaciones negras que veían bien la ausencia de discriminación, pero deseaban empleos. Pronto Lockheed, Boeing y General Electric anunciaron que darían puestos elevados a negros para hacerse con contratos estatales. La ley de derechos civiles impulsada por el demócrata L.B. Johnson en 1964 impuso el final de la segregación racial en todos los negocios de cara al público al igual que en servicios como escuelas, hospitales, bibliotecas o parques. La situación era imparable y en 1969, el republicano Nixon impulsó la famosa «Philadelphia Order» que no implantaba cuotas, pero sí exigía de los contratistas una «acción afirmativa». El sistema de cuotas en algunas partes de EE UU casi vendría por sí solo lo que unido a una clara jurisprudencia significó el final del racismo.

A pesar de todo, la acción afirmativa no parece haber solucionado los problemas sino que los ha agudizarlo. Clarence Thomas, un miembro negro del Tribunal Supremo, se ha opuesto frontalmente a la «acción afirmativa» al considerar que crea una «cultura de la victimización» y que implica que los negros «requieren un tratamiento especial para tener éxito». No faltan los que señalan que esa acción positiva ha creado clientelas que viven de los impuestos de todos y ha relajado el deseo de los negros por avanzar. Supuestamente, esas circunstancias habrían mantenido a buena parte de las poblaciones negras en una situación inferior no por racismo sino por apoltronamiento de los beneficiarios. La realidad es que todas estas visiones sirven para alimentar los propios prejuicios. Mientras los racistas culpan a los negros de los males propios y ajenos, no pocos negros consideran que el racismo sigue presente incluso en los tribunales. Quizá lo único que sea innegable es que medidas como la discriminación positiva suelen tener efectos contraproducentes y que el racismo, como cualquier prejuicio, no se erradica a golpe de legislación.