César Vidal

Israel no se merece a Netanyahu

Después de menos de dos años en el poder, Benjamin Netanyahu ha anunciado la disolución del Parlamento y la convocatoria de elecciones. Previamente, Netanyahu había protagonizado un incidente significativo. Tras citar a Lapid, uno de los miembros del Gobierno, supuestamente para reparar la maltrecha coalición, el convocado, al abandonar el despacho, se encontró con que uno de su asistentes le mostraba ya el comunicado del Gobierno explicando porque la reunión había fracasado. En otras palabras, Netanyahu había protagonizado una cínica jugada política de burdo carácter electoralista. Con el final de este Gobierno no se pierde gran cosa. A decir verdad, ha sido uno de los peores en la Historia del Estado de Israel. En menos de un bienio, ha paralizado el proceso de paz, violado la convención de Ginebra decretando nuevos asentamientos en Jerusalén oriental, amenazado el statu quo de la explanada del Templo, desafiado al tribunal supremo, desoído al Shin Bet e impulsado una ley nacional que, como mínimo, merece el calificativo de deplorable. Añádase a esto una guerra evitable con Hamás que, para colmo, acabó en empate si es que no en clara derrota moral y que ha arrastrado a la nación a un frenazo económico, por no decir a las puertas de la recesión. No sorprende que Estados Unidos se haya ido sintiendo cada vez más incómodo con Netanyahu o que la UE haya entrado en una dinámica acelerada de reconocimiento del Estado palestino. En el plano interior, por mucho que cueste creerlo, Netanyahu no lo ha hecho mejor. Es cierto que ha rezumado una demagogia alarmista para llevar a la población de Israel hacia un pánico infundado, pero con réditos electorales. Sin embargo, ha sido incapaz de manejar el déficit, no ha realizado ni una sola de las reformas más que obligadas y se ha demostrado absolutamente incapaz de enfrentarse con problemas cotidianos como el elevado coste de una vivienda que resulta escasa, el poder de los monopolios o las prebendas de los sindicatos. Incluso la sanidad y la lucha contra la pobreza fueron sacrificadas en un aumento del presupuesto militar que, dada la superioridad de Israel sobre la suma de todos sus vecinos, resulta como mínimo discutible. Ahora, hasta las elecciones, Netanyahu tendrá manos libres para hacer y deshacer durante un trimestre, así que deberíamos elevar nuestras súplicas al Todopoderoso para que cuide de los israelíes más que nunca porque, al menos para el que escribe estas líneas, Israel no se merece un primer ministro como Netanyahu.