Sección patrocinada por sección patrocinada
América

España

La cultura como empresa

La Razón
La RazónLa Razón

Conocí a José Manuel Lara cuando colaboraba en Espasa Calpe dirigiendo la Colección Austral y la de Clásicos Castellanos, al mismo tiempo que estaba al frente de la revista «Ínsula». Planeta adquirió por entonces la editorial, y Lara me confirmó en la responsabilidad de las tareas que desarrollaba. Me dijo que le interesaba llegar a cuantas más personas pudiera del mundo de la cultura, porque quería que abarcáramos todos sus ámbitos, incluyendo ediciones cuidadas destinadas a los filólogos. Por este motivo protegió a «Ínsula». Por esos años, muchas publicaciones de este tipo ya habían desaparecido por dificultades económicas, pero «Ínsula» tenía una trayectoria rica y en José Manuel Lara encontré el apoyo necesario para continuar su andadura. Posteriormente, como secretario de la Real Academia Española y, más tarde, como director de esta institución, tuve una relación más directa con él, porque Espasa Calpe venía siendo, desde el año 1926, la editorial a la que se le había encargado la responsabilidad de editar el Diccionario de la Real Academia Española y, también, otras obras de la RAE.

Cuando planteamos la idea de que que otros trabajos de la institución y su diccionario llegaran a un mayor número de personas, a él le pareció extraordinaria. En ese momento, tuve la iniciativa de hacer el diccionario en dos tomos y no en uno solo como era habitual hasta ese momento. Y, con este formato, alcanzó tiradas insospechadas por entonces. José Manuel Lara estaba especialmente interesado en que pudiéramos llegar a América. Cuando expandía su editorial por los países americanos, desde el principio pensó en cómo establecer contacto con cada una de las academias de aquellos

países para difundir los trabajos de la RAE. Cuando me encontraba con José Manuel Lara en diferentes actos, no sólo me preguntaba por estas obras sino también por otras nuevas que pudiéramos editar. En concreto, mis últimas gestiones en este sentido fueron para publicar con su editorial los dos grandes códigos de la lengua, ambos de carácter panhispánico. Me refiero a la «Nueva Gramática de la lengua española» y la «Ortografía». Sobre la «Nueva Gramática», que durante once años elaboramos de manera conjunta con las academias americanas, Lara se interesó frecuentemente por su proceso y nos ayudaba en la celebración de reuniones de académicos españoles y americanos para avanzar en la redacción de esta magna obra. Me repitió que no había que escatimar ningún medio para culminar este trabajo. Por eso hicimos la versión completa en dos volúmenes, luego otra para estudios universitarios y una última versión popular. Lo mismo se hizo con la «Ortografía», que tuvo una edición extensa, que incluía la historia del desarrollo de las normas ortográfi cas y que contó, también, con una adaptación para uso escolar. En eso él no regateaba medio alguno y prestó toda su generosa ayuda, y fue muy generosa, a la RAE. Gracias a ello, pudimos alcanzar esos objetivos.

Lara convirtió la Fundación Lara en una plataforma de actividades culturales son una revista especialmente cuidada y la participación del Grupo Planeta resultó muy importante en los Congresos Internacionales de Lengua Española, a los que aportaba escritores españoles e iberoamericanos para que fueran a los colegios y las escuelas de las ciudades del país que celebraba el congreso para que realizaran una lectura de sus obras y establecer coloquios con sus alumnos.

Personalmente era una fi gura encantadora, para nada pagada de lo que en realidad significaba y era. Resultaba una persona modesta, extraordinariamente modesta, que únicamente pensaba en poder extender la cultura, en que España tuviera una presencia –y esto me lo repitió muchas veces– destacada en el mundo editorial, porque eso significaría que la cultura española tenía difusión internacional. Yo seguí su expansión editorial en

Colombia y en otros países de América, como de Europa. Desaparece ante todo un gran español, que siendo un hombre de empresa, que estaba en el mundo financiero, tenía sin embargo muy claras las ideas de lo que la cultura significaba para la cohesión nacional y la expansión del nivel cívico de las personas. Ésa es la visión que tengo de él. Un hombre sencillo, con una visión clara y una enorme vocación de trabajo, al que se dedicó con esfuerzo hasta el último momento. Cuando llegué al Instituto Cervantes me hizo los mismos ofrecimientos. Aunque el Cervantes no tiene una gran línea de publicaciones, siempre me abrió las puertas y me facilitó los sellos del Grupo Planeta para ayudar al Instituto y contribuir a su afi anzamiento y a la difusión del español y la cultura en lengua española.

Víctor García de la Concha

director del Instituto Cervantes