César Vidal

Más gris que blanco o negro (y II)

La Razón
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Señalaba en mi última columna que, moleste a quien moleste, la sociedad norteamericana no es más racista que otras incluida la española. Sin embargo, sí cuenta con circunstancias que, a día de hoy, convierten este fenómeno en origen de dramas sangrientos. La primera es la facilidad para adquirir armas. Portar armas constituye un derecho constitucional más que comprensible dadas la geografía y la Historia norteamericanas. Ese derecho no lo discute absolutamente nadie y lo único cuestionado es si debe incluir armas tipo Kalashnikov o CETME. Alegar, pues, que Obama ha pretendido suprimir el uso general de armas y ha fracasado en el intento constituye una afirmación que no tiene apenas contacto con la realidad. Semejante circunstancia, sin embargo, facilita pasar de la obsesión malsana al asesinato y añade una peligrosidad especial a la labor policial, peligrosidad que intenta frenarse mediante el recurso rápido al armamento reglamentario. La segunda circunstancia es el hartazgo de buena parte de la población ante las medidas de discriminación positiva que benefician a los negros aunque no sólo a ellos. Es conocido el caso de la española – blanca como el papel – que alegó su condición de afroamericana para ocupar un puesto universitario consiguiéndolo porque nadie se atrevió a contradecirla. Hace apenas unas semanas, otra negra falsa era descubierta tras aprovecharse durante años de un puesto directivo gracias a esas mismas prebendas. Que todo comenzó con las mejores intenciones apenas se puede discutir; que los abusos – denunciados por no pocos negros – son flagrantes y a cargo del presupuesto también resulta innegable y, desde luego, no han contribuido a mejorar las relaciones interraciales. Finalmente, como reconocía el propio Lincoln, con la Historia se puede hacer lo que se quiera salvo escaparse de ella. Pretender que los que combatieron bajo la bandera confederada en la guerra de secesión buscaban, sobre todo, defender la esclavitud constituye un disparate. Como supo ver Dickens, los sureños optaron por la independencia porque el norte industrial impuso un arancel proteccionista – por cierto, muy inferior a los que ha disfrutado Cataluña en perjuicio del resto de España – que dañaba sus exportaciones. Dado el tributo en vidas que pagó el sur y la tragedia de la Reconstrucción, para millones esa bandera no es el pabellón del racismo sino el recuerdo de gentes quizá equivocadas, pero heroicas y amantes de su tierra. Cuando se ignoran estos factores, se puede pontificar sobre el racismo en Estados Unidos, pero sólo para presentar algo muy distinto a la realidad.