Ely del Valle

Más vale nunca que tarde

La dimisión de Ana Mato ha sido el leitmotiv, la hoja de lechuga que la oposición ha utilizado como acompañamiento en el intento de merendarse a Mariano Rajoy, que compareció en el Congreso como presidente del Gobierno pero al que se le increpó como presidente del PP. El problema es que ahora no se puede quejar, porque esto se veía venir desde el día en que confundiendo el agradecimiento con la practicidad–algo muy común entre políticos–, decidió premiar con un ministerio a quien había sido su mano derecha durante la campaña electoral obviando que de esa mano colgaba un equipaje que iba a terminar pasándole factura.

La dimisión de Mato no es que llegue tarde: es que nunca debió llegar, porque el error de bulto fue echar mano a la cartera de Sanidad para pagarle los favores debidos. La ya ex ministra no es, según dicta el auto del juez Ruz, ni una corrupta, ni una presunta, ni una imputada, que es más de lo que se puede decir de otros que se han agarrado a su escaño como garrapata a oreja de pastor alemán, pero la política, que tiene sus propias reglas más allá de los dictámenes judiciales, no admite la ignorancia como excusa. Y eso lo sabía ella y lo sabía Rajoy. Ése y no otro es el pecado que ayer tuvieron que purgar ambos, una desde su casa y el otro desde su escaño.

No es que la oposición hiciera un gran papel porque, salvo contadas excepciones, todos tienen sus propios cadáveres bajo la alfombra, algunos de ellos, por cierto, muy vivos. Sin embargo, ayer, casualidades de la vida, el auto de Ruz consiguió arrollar al Jaguar de Mato, dejando tocado en el incidente a un Rajoy que, como diría Lloyd Bridges, eligió un mal día para dejar de fumar. Y es que hay veces en que más vale nunca que tarde.