Macroeconomía

Viento de cola

La Razón
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España es una de las economías europeas que ha experimentado un mayor crecimiento durante los últimos dos años: en ese período nuestro PIB se ha expandido un 4,6%, por debajo del 30% de Irlanda, del 10% de Malta, del 6% de Eslovaquia o del 5% de Letonia, pero por encima del 3% de Alemania, del 1,3% de Francia, del 1,2% de Austria, del 0,4% de Italia y, por supuesto, del negativo -0,4% de Finlandia.

Sería un error, sin embargo, creer que este buen dinamismo de la economía española está perpetuamente garantizado: a saber, que cada año nuestro PIB crecerá por encima del 3% y que crearemos más de medio millón de empleos. No en vano, nuestra recuperación se ha visto impulsada por dos «vientos de cola» exógenos que bien podrían terminar desapareciendo y llevándose por delante buena parte de nuestro impulso.

Primer viento de cola: el bajo precio del petróleo. La principal importación de la economía española –y uno de los elementos que más condiciona nuestra competitividad global– es el barril de crudo. Nuestro país compra al exterior alrededor de 60 millones de toneladas anuales de petróleo, unos 450 millones de barriles. Si el precio del barril se ubicara a 100 dólares, nuestra factura exterior ascendería a 45.000 millones de dólares; si, en cambio, el barril se ubica en 45 dólares, este importe se reduce hasta 20.000 millones; y si fuera de 30 dólares, caería a 13.500. Es decir, que un abaratamiento del crudo desde 100 a 45 dólares le insufla anualmente a nuestra economía un estímulo superior a los 25.000 millones de euros –cerca del 2,5% del PIB– a costa de menores ganancias extraordinarias en los países productores.

Segundo viento de cola: el entorno de bajísimos tipos de interés. La economía española es una de las más endeudadas con el exterior del mundo: las empresas, las familias y las administraciones públicas adeudamos a inversores extranjeros cerca del 100% de nuestro PIB. Eso significa que una rebaja del coste de nuestra financiación desde, por ejemplo, el 5% al 2% supone rebajar nuestros pagos por intereses al exterior en más de 30.000 millones –3% del PIB–. Pues bien, desde 2008 estamos disfrutando de un entorno de bajísimos tipos de interés: en buena medida, gracias a la intervención del BCE para mantenerlos atados en cotas cercanas al 0%. Así las cosas, nuestros pagos al extranjero por intereses se han reducido durante este período en 38.000 millones de euros –20.000 millones desde 2012, cuando Mario Draghi prometió «hacer todo lo necesario» para salvar al euro–.

En otras palabras, las batallas geopolíticas por el petróleo y las intervenciones de los bancos centrales están suponiendo un estímulo anual para España equivalente al 4,5% de nuestro PIB: normal, pues, que estemos experimentando un crecimiento económico notable. Pero, precisamente porque ese estímulo es mérito ajeno, no deberíamos desatender la oportunidad de completar el reajuste productivo y financiero pendiente de nuestra economía: en caso contrario, cuando los vientos de cola dejen de soplar, padeceremos un drástico parón en nuestra actividad que sacará a relucir las debilidades no corregidas. Sin ir más lejos, el BBVA Research ha revisado sustancialmente a la baja sus previsiones de crecimiento de España para 2017: desde el 3,1% de hogaño al 2,3%.

Necesitamos reformas liberalizadoras y ajustes enérgicos en el gasto público que contribuyan a completar el saneamiento de la economía. Si no se termina formando nuevo gobierno, parece bastante claro que no vamos a tener tales reformas y ajustes; lo aterrador, sin embargo, es que aun formándose nuevo gobierno tampoco resulta probable que los tengamos.