
Mirando la calle
La contención
«¿Cómo es posible que alguien soporte esa presión sin estallar y sin pedir perdón?»
Hace tres días, un año después de aquel aciago 29 de octubre, se celebró en Valencia el funeral colectivo por las 237 víctimas mortales de la Dana. El dolor y la rabia de los familiares de los fallecidos eran casi tangibles; por eso sorprendió tanto su encomiable ejercicio de contención. Al acto acudieron los máximos responsables del país: los reyes, el presidente del Gobierno, ministros, el presidente de la Generalitat…, supongo que ninguno satisfecho, tras un año de gestión donde las instituciones no han sido capaces de coordinarse, de trabajar en equipo y de cubrir las necesidades de los afectados. Me consta que los reyes, cuya única misión es la de proporcionar consuelo y cercanía, se volcaron en el cariño con las personas congregadas, pero no me cabe duda de que, tanto las impecables palabras del rey como los emocionados gestos de la reina, exigieron de ellos esa misma contención de los familiares de las víctimas. Ser capaz de contenerse en una situación como la de ese día, donde se rendía homenaje a quienes ya no pueden alzar la voz, sabiendo que pudieron ser muchos menos de haberse reaccionado de otro modo, es casi un milagro. Pero lo es más, todavía, que el más rechazado e insultado de los dirigentes políticos presentes, el presidente Mazón (también hubo palabras gruesas para el presidente Sánchez), consiguiera mantenerse impávido, en medio del desprecio generalizado de los asistentes. He escuchado a Carmina Gil, vicepresidenta de la Asociación de Víctimas de la Dana, decir que fue «un bochorno nacional para el aún presidente» y añadir que «cualquier persona no podría soportar lo vivido durante este año ni tampoco lo de este día». Carmina hablaba desde el desconcierto de no saber lo que ocurre ni poder entender cuáles serán «los motivos tan fuertes que debe de tener el presidente Mazón para continuar ahí», sabiendo -añado yo- que nadie le quiere y que está juzgado y condenado públicamente. También él se contiene, pero ¿por qué? ¿Cómo es posible que alguien soporte esa presión sin estallar y sin pedir perdón? ¿Acaso no siente el peso de la culpa? ¿O tal vez existen razones económicas o legales que le obligan? La contención en su caso parece más interés que virtud. Y eso sí que resulta intolerable.
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