
Editorial
La Corona, patrimonio de la nación en libertad
Felipe VI es un rey constitucional, que goza de un nivel de popularidad que no alcanzan los políticos de turno. La Corona es fuerte porque es ejemplar y los españoles lo saben y valoran
Reino Unido es una de las grandes monarquías constitucionales del mundo. Hundidas sus raíces en un pasado ancestral, ha simbolizado como ninguna otra institución la experiencia histórica del país. Ha acompañado y liderado a generaciones de británicos en tiempos felices y menos felices y con tronos capaces y menos capaces. Ha exhibido una fortaleza extraordinaria porque ha entendido su papel y su condición al servicio del interés general, especialmente de la prosperidad de los ciudadanos. El factor humano encarnado en la emblemática figura de Isabel II, una de las monarcas más decisivas y sobresalientes, ha engrasado los goznes que permitieron a la Corona girar en la dirección adecuada todos y cada uno de los portones que se han encontrado en su dilatadísimo camino. Su fallecimiento ha sido otra reválida más para calibrar la robustez de la realeza británica en la medida en que una transición de este tenor alienta un escenario de cierto vértigo propicio para elementos agitadores y desestabilizadores. A día de hoy nos parece incuestionable que la Casa de Windsor ha pasado con nota ese siempre complejo tránsito, asentado en la contenida y prudente figura del nuevo monarca y en el refrendo notorio del pueblo y del resto de las instituciones del Estado. Siempre habrá, claro, quien discrepe, confundiendo deseo con realidad, pero el escrutinio popular –las encuestas publicadas constatan un nivel de aceptación más que satisfactorio– ha dictado un veredicto poco discutible. La solemne ceremonia de coronación de Carlos III en la Abadía de Westminster, bajo la suntuosa corona de San Eduardo, del siglo XVII, y el gritó a la congregación de «Dios salve al Rey» por boca del el arzobispo de Canterbury, ha sellado con éxito el tránsito dinástico en un capítulo impecable ni siquiera afeado por nimias mezquindades familiares. La Corona ha demostrado de nuevo en estos días su contribución como elemento de estabilidad, al igual que el resto de sus homólogas, con especial referencia, por supuesto, a la española. Todas ellas constituyen hoy un símbolo de las libertades democráticas y un eslabón esencial por específico de la ciudadanía con sus derechos en la función de árbitro y moderador que le reserva, como en el caso de nuestro país, la norma fundamental. La continuidad histórica, que suman a sus otras cualidades, supone una virtud extraordinaria en cuanto a su determinación de servicio y de lealtad, con singular capacidad para haber abrazado el tiempo y evolucionado con él. Es muy injusto y a la vez desafortunado, como sucede en España, que parte de la clase política, con el Gobierno incluido, esté empeñada en deslegitimar y desacreditar la institución en un ejercicio de política bastarda y torticera sin respeto a la verdad ni a la dignidad. Felipe VI es un rey constitucional, que goza de un nivel de popularidad que no alcanzan los políticos de turno. La Corona es fuerte porque es ejemplar y los españoles lo saben y valoran.
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