Al portador

Este país ineficiente y sin capitalismo

«El poder del Ibex, siempre temeroso del Gobierno, es un mito, pero Sánchez también quiere controlar las empresas»

Jaime Gil de Biedma (1925-1990), poeta y tío de Esperanza Aguirre, principaba su famoso poema «De vita beata» con un verso pesimista: «en un viejo país ineficiente». Alfonso Escámez (1916-2010), presidente del Banco Central, uno de los llamados «grandes bancos» de la transición, lo veía más bien como «un país sin capitalismo». Quizá tuvieran razón los dos. El anuncio de que el Gobierno de Sánchez ha decidido iniciar la renacionalización –porque es eso– de Telefónica, con la compra del 10% de su capital, es la confirmación más evidente de ineficiencia y de ausencia de capitalismo propio. Al inquilino de La Moncloa y a sus aliados dentro y fuera del Consejo de Ministros les da lo mismo, pero procuran aprovecharlo en su propio beneficio. El objetivo del líder socialista, que es quien ha decidido la operación, es acaparar más poder –en este caso en el mundo de la empresa– y dominar al Ibex, el grupo de las 35 mayores empresas españolas cotizadas en bolsa. El mito, falso como tantos otros, pero tan implantado como los más sólidos, atribuye al Ibex un poder económico enorme y una influencia política espectacular que le permitiría controlar casi todo lo que se propone. Quizá sugerente, pero más falso que un billete de tres dólares, que no existen. El poder por excelencia está en el BOE, como confirma el Gobierno un día sí y otro también, y el Ibex y su teórico superpoder muerden el polvo sin apenas rechistar. El Ibex y sus mandamases viven pendientes –y temerosos– del Gobierno de turno y cada vez más, no al revés. Hay y ha habido déficit de capitalismo español. La intención de Saudi Telecom (STC) de comprar un 9,9% de Telefónica ha brindado en bandeja al Gobierno la excusa perfecta para dar un paso más en estrategia intervencionista. Había y hay métodos legales para detener o controlar a los saudíes sin necesidad de que el Estado entre en el capital de una compañía y, en este caso, se gaste 2.000 millones de todos que, además, tendrá que pedir prestados, lo que significa que invierte a crédito. El Estado, cuya voluntad interpreta ahora Sánchez, ya está presente en Caixabank y en otras grandes empresas, lo estará en Telefónica, le dará acceso a condicionar al BBVA y todo indica que es solo el principio. Todo, claro, entre «las ruinas de la inteligencia», concluía el poema de Gil de Biedma.