Canela fina
Francisco, Papúa Nueva Guinea, Íñigo Ortiz
«A pesar del desdén con que el Papa distingue a España, habrá que reconocer el espíritu renovador en su gobierno de la Iglesia»
En 1545, Íñigo Ortiz de Retes costeó la isla de Papúa, desembarcó en ella el 20 de junio y en nombre del Dios católico tomó posesión del territorio para la Corona de España, llamándola Nueva Guinea porque sus costas le recordaron a la Guinea africana. Al río Mamberamo lo bautizó como San Agustín. No conserva el nombre, pero la nación, sí: Papúa Nueva Guinea, y es una Monarquía constitucional regida por Carlos III de Inglaterra.
Escuché los discursos del Papa Francisco, que olvidó citar la presencia española durante el siglo XVI en aquella nación. 56 viajes internacionales ha hecho el actual Pontífice. A diferencia de sus antecesores, no se ha dignado visitar España cuando casi la mitad de los católicos del mundo hablan en español; cuando salvo tres o cuatro países europeos, todas las naciones de mayoría católica son de evangelización española; cuando durante los ochenta años en que España y Portugal permanecieron unidas, con tres reyes comunes, Felipe II, Felipe III y Felipe IV, el primero de ellos ordenó la evangelización de Brasil y el español padre Anchieta emprendió con éxito la gran obra cristianizadora; cuando casi la mitad de las misioneras y misioneros católicos en el mundo han sido y son españoles; cuando el propio Sumo Pontífice habla en el idioma de Cervantes y Borges y pertenece a nación por España evangelizada. Formé parte, junto a Dámaso Alonso, Luis Rosales y Zamora Vicente del séquito de la Reina Sofía que acudió al cuarto centenario de la fundación de Buenos Aires. Su arzobispo Bergoglio no se dio cuenta de que a España corresponde el idioma, la religión y la cultura de aquella gran ciudad.
La objetividad exige reconocer la inmensa obra apostólica que el Papa Francisco está realizando. La Iglesia Católica necesitaba de su espíritu renovador. Y hay que aplaudirlo, a pesar del tenaz desdén con el que distingue a España.
Somos muchos, en fin, los católicos que ya no queremos que el Papa Francisco visite nuestro país. Debió ocupar lugar preferente por su significación en el mundo. A muchos, sin embargo, no nos gustaría que España se convirtiera en segundo plato de última hora. Conviene recordar, eso sí, durante la visita pontifical a Extremo Oriente –Timor oriental, por cierto, también fue español– que la única nación de mayoría católica en aquellos lares es Filipinas, país de 120 millones de habitantes, con templos católicos construidos por España en más de cinco mil de las islas que conforman aquella maravillosa nación del extremo oriental.
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