Editorial

Ganar tiempo para que España lo pierda

Desde luego, Puigdemont puede sentir la tentación de aceptar la misma palabra que Sánchez ha incumplido ya en innumerables oportunidades tanto a Junts como a todo el que se ha cruzado en su camino

Pedro Sánchez no se ha cansado de repetirlo. El único propósito que condiciona toda su acción política y sus correspondientes estrategias es alcanzar el final de la Legislatura para celebrar las elecciones generales en 2027. No hay más. A partir de ese final, se disponen los medios para que el tiempo corra a su favor y, lo que es imperativo, que el desgaste sea el menor posible y se pueda aprestar a la cita con las urnas en las mejores condiciones y con posibilidades de voltear las encuestas, el estado de opinión y el distanciamiento con esa inmensa mayoría de los españoles a la que ni escucha ni atiende. Por esa razón, y no otras entroncadas con el interés general, los siete votos de Junts son prioritarios, casi imprescindibles. Solo con ellos es factible preservar de manera algo creíble un cierto halo de normalidad para su administración y de legitimidad a su Presidencia por más que en el fondo sea un espejismo que pivota sobre una tosca puesta en escena. Sánchez ha ejercido más de superviviente que de presidente y conoce las claves de su oficio y las teclas emocionales y sobre todo propagandísticas que hay que tocar para que el embeleco cuaje en el imaginario. O al menos eso piensa. Solo desde esa clave de aguantar y dejar pasar los meses encaja que anunciara ayer en dos entrevistas en medios de ámbito catalán una suerte de acto de contrición sobre sus incumplimientos de los compromisos alcanzados con el partido de Puigdemont y la aprobación de un real decreto con buena parte de esas medidas frustradas como así fue. El ministro Óscar López se encargó en su enumeración ante los medios en el consejo de ministros de que quedara de manifiesto que todas las siguiente iniciativas eran demandas de Junts en una letanía cansina e infantil: «facilitar y flexibilizar» las inversiones de los entes locales y ayuntamientos, la ampliación del plazo para promover la digitalización de los procesos de facturación en empresas y crear una partida que ayude a los propietarios ante los impagos en caso de arrendamiento a jóvenes o familias vulnerables. Y mano tendida sobre la petición de acelerar los procesos para desalojar inmuebles okupados y la multirreincidencia. Que recupere la interlocución y la sintonía con Junts dispararía las posibilidades de que al fin apruebe unos Presupuestos Generales del Estado en esta legislatura. Desde luego, Puigdemont puede sentir la tentación de aceptar la misma palabra que Sánchez ha incumplido ya en innumerables oportunidades tanto a Junts como a todo el que se ha cruzado en su camino. El problema de Sánchez que Sánchez no asume es que la credibilidad de Sánchez se ha evaporado en la santificación de la mentira que ha sido su mandato. Tanto que los españoles dan mayor veracidad a las confesiones de presuntos corruptos y delincuentes que a lo que cuente el presidente del Gobierno. Lo suyo es una anomalía y una falla de confianza. Por eso el tiempo que Pedro Sánchez gane es el que España pierde.