
Apuntes
Vuelve la PEPA. Estos tíos son gafes
Salvo cepillarse al SEPRONA en Cataluña, poco se ha hecho en control de fauna silvestre
Un verano después del covid, se despertó un vecino de mi urbanización con un jabalí ahogado en su piscina. Eran noches de mucho calor en las que las piaras, prolíficas a tenor de los muchos rayones que seguían a las madres, hacían añicos las praderas de césped de los jardines y medianas de Majadahonda, y dejaban enormes boquetes en los cercados de los chalés con alguna encina. Luego, se mató un chaval al estrellarse su coche contra uno de estos bichos y cesaron las bromas. El Ayuntamiento contrató un servicio de control de fauna silvestre, con rehalas de perros protegidos con chalecos de kevlar, y el asunto pasó al olvido… o a los pueblos vecinos, vaya usted a saber. No sé qué han hecho las autoridades catalanas para afrontar el problema de los jabalíes en la sierra de Collserola, aparte de cepillarse al SEPRONA de la Guardia Civil en el Principado, que el dios del nacionalismo exige continuas ofrendas, pero el caso es que nos ha vuelto la PEPA, que es el nombre familiar con el que biólogos, farmacéuticos, veterinarios e ingenieros agrónomos designaban a la Peste Porcina Africana a lo largo de la larga y exigente batalla de más de cuatro décadas que costó erradicar de la Península una de las epizootias más dañinas para la economía agropecuaria de las que tenemos conocimiento. Se dice que el origen puede estar en un bocadillo con algún embutido infectado que un conductor dejó en una papelera en la AP7, aunque tampoco se descarta que la infección viniera «pegada» a un neumático o a las suelas deportivas de un excursionista. Da lo mismo, porque la catástrofe que se avecina, si no ocurre un milagro, para la industria cárnica española va a dejar en pañales la crisis de las vacas locas. De momento, son ya 40 países los que han comenzado a poner barreras sanitarias a las exportaciones de cerdo españolas, aunque China, que absorbe más del 20 por ciento de nuestra producción, sólo ha bloqueado, de momento, la carne procedente de la provincia de Barcelona. Y de nada nos va a valer, como no le valió a los ganaderos ingleses ni les está valiendo a los ganaderos norteamericanos, aducir que no se ha registrado un solo caso en nuestras granjas, que la competencia en un mercado globalizado es feroz y todo vale para quitarse de en medio a un rival comercial. España, por si no lo sabían, es el primer productor de porcino de la Unión Europea y el tercero del mundo. Sólo en exportaciones, el sector genera 8.000 millones de euros anuales, que ahora corren el riesgo de irse al guano. De todas las desgracias que podían caer sobre la agricultura patria, la de la PEPA es una de las peores, sólo superada, tal vez, por la delirante política medioambiental europea, con esa caterva de ecópatas urbanos que no hacen más que poner problemas a unas gentes que han hecho de las explotaciones agropecuarias españolas un modelo de eficiencia y calidad. Años llevan las asociaciones de agricultores y ganaderos advirtiendo sobre la falta de control de la fauna silvestre, con las poblaciones de jabalíes disparadas, pese a una caza que se cobra medio millón de ejemplares al año. Pero en el Gobierno están a otras cosas, de tipo judicial, mayormente. Aunque no descartemos otra circunstancia que eriza los cabellos. Sí, que sean unos gafes.
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