El buen salvaje

Los Goya no es lugar para el campo

Todo queda en una pasarela donde unos cuantos zombies defienden su pan como los tractores el suyo. Los de los tractores, al menos, no dicen que quieran salvar al mundo, con sobrevivir les vale

La alfombra rosa se llenaría de barro si dejaran entrar a los campesinos que protestan porque están cavando para sembrar su tumba profesional. En las películas que se han estrenado este año no han hecho un hueco a un colectivo que antaño fue proletario y que hoy, a decir de los progres, es un capitalista que agrede la tierra, solo busca el beneficio y es egoísta con la Agenda 2030 con tanto pesticida y tanta vaca (que no laca) lanzando pedos al bendito aire. Además, los del campo no protestan por lo que dicen que hizo el director Carlos Vermut sino porque las normas de la Unión Europea, con la complicidad española, hace que trabajen en muchos casos a pérdidas.

Los del cine convinieron este año con el Gobierno y con su periódico de cabecera que había que hacer un remedo del Metoo. Más allá de eso no cabían en el plano los tomates en las carreteras sino experiencias sensoriales femeninas y elucubraciones transgénero que transcurren por acequias en penumbra. Hasta aquí ha llegado la locura ultraecologista que pretende salvar el planeta (muy elogiable meta) pero matando de hambre a sus habitantes. Nadie se paró a pensar que hay ciertas normas que además de un párrafo con mala sintaxis en el BOE afectan a miles de personas. Había que hacer caso a Greta Thunberg antes que a unas manos callosas de Huelva.

El campo solo interesaba cuando mostraba caciques, como en «Los santos inocentes», pero si hablamos de una familia, pequeños propietarios, que trabaja todos los días de la semana, que les den por la hoz. Ana Belén, esos no son comunistas porque tienen un trozo de tierra que mide la mitad de la terraza del ático de Almodóvar. El campo es la parte de la fachosfera donde se crían patatas y se maltratan animales que no tienen derecho a un convenio colectivo.

La alfombra rosa, pues, que se jacta de exprimir talento, no tuvo ni un zumito en polvo para lo que no fuera, como siempre, su ombligo. Cuando un día les toque hacer de un trabajador del campo pondrán cara de tierra curtida pero, por ahora, la realidad es la verdad, o al revés, y lo que importa es lo que esconden sus hipócritas mentes.

Si al menos el «Se acabó» valiera para que de verdad toda esa mierda se acabe habría un motivo para el aplauso, pero el silencio interesado domina una industria que se rasga vestiduras de lujo. Así que todo queda en una pasarela donde unos cuantos zombies defienden su pan como los tractores el suyo. Los de los tractores, al menos, no dicen que quieran salvar al mundo, con sobrevivir les vale.