
Quisicosas
Guerra y paz
En Gaza, en Israel, han dado un paso, un paso minúsculo en dirección opuesta al mal
Trabajosamente arranca un enrevesado y doloroso proceso de paz en Gaza. Y no celebramos nada. Algo deberíamos festejar ¿o no? Una de las razones de nuestra percepción agobiante de la realidad es el vertiginoso encadenarse de malas noticias sin respiro. En la vida ordinaria, a la muerte suceden los nacimientos, como una flor deslumbrante en el desierto; a los disgustos, las alegrías inesperadas. Quizá es que las noticias se han convertido en datos monetizables, los teletipos en material de consumo, a lo mejor embuchamos la realidad.
¿Qué es la guerra? Bombardeos, disparos, destrucción, de acuerdo, pero la magnitud del odio es mucho más profunda que la muerte, por imposible que parezca. En la guerra de Kosovo, cuando los americanos nos sacaron las castañas del fuego y las tropas internacionales pudieron entrar en el territorio, lo recorrí con la guerrilla kosovar. Los hombres, extenuados del combate, con cicatrices en la cara y dedos de menos, nos llevaban a las fosas comunes donde los serbios habían apilado a las familias. De los campos sobresalían pies, manos, botas, jirones de ropa. En algunos puntos olía fuerte a queso podrido, que es como huele la muerte corrompida. Tras un semana extenuante aceptamos, mi traductora Ina y yo, salir de excursión un sábado con los milicianos. Hacía un buen día y gastábamos bromas, había alivio en el aire y daban ganas de poner claveles en los fusiles. Había recogido una chapa de identificación de un militar serbio y la llevaba colgada al cuello. Los serbios no usaban entonces chapas dobles, sino una cajita con sendos papeles en el interior, con la idea de dejar uno en el cuerpo del caído y archivar el otro para la comunicación oficial. Pensaba entregarlos a las autoridades internacionales. Se me ocurrió comentarlo y uno de los guardias de la UCK hizo un gesto rápido que no me dio tiempo a evitar, abrió la caja, estrujó los papeles y los tiró al viento por la ventanilla de aquel camión. Nunca lo olvidaré, me sobrecogió un dolor profundo al pensar en la madre de aquel soldado, que tal vez nunca sabría el destino del hijo.
-¿Esa zorra? Ojalá no hubiese parido a la alimaña de su hijo. Se merece la muerte tanto como él.
En el silencio que sucedió, absolutamente espantada, pude reconocer algo satánico. Es uno de los recuerdos indelebles en mi alma. Me enseñó el tipo de savia que la guerra inocula. En Gaza, en Israel, han dado un paso, un paso minúsculo en dirección opuesta al mal. Es una pequeña flor, apenas un brote endeble en mitad del fango, pero ahí está, como señal de la esperanza que no se deja agostar.
Digo yo que podríamos dejar un espacio.
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