Tribuna
Guerra de Ucrania: año uno
Solo si recuperamos valores que prioricen el bien de la Humanidad como beneficiaria de la paz, se podrá atisbar una solución
Erramos los que no creímos que podía desencadenase una guerra en Europa a comienzos del año 2022; los que después pensamos que sería breve; los que deseábamos y exigíamos la intervención de organizaciones internacionales, especialmente Naciones Unidas. Hace un año que nos enfrentamos, día a día, a todas las trágicas caras de la guerra: muerte, destrucción, crueldad, violaciones, cobardías, desplazamientos, a la vez que sacrificio, heroísmo, solidaridad.
No se hizo caso al preaviso de Crimea; no se analizaron conflictos históricos parejos como la anexión de los Sudetes checos por parte de Alemania; no se ha hecho nada por adaptar la Carta de NN.UU. a tiempos tan diferentes a los del final de la Segunda Guerra Mundial. Hoy, una Europa de la Defensa a medio hacer, no acaba de integrar las políticas de seguridad de sus miembros, aunque haya dado muestras de creciente solidaridad. Cada política nacional tiene aún propios intereses y contradicciones. No hace falta buscar muy lejos viendo las propias de nuestro dividido Gobierno.
Y si erramos en las predicciones, difícil entrever su final. Las estrategias han oscilado desde el proporcionar un fuerte refuerzo militar a Ucrania, con los problemas que conlleva la utilización de medios modernos –aviones o carros de combate– que exigen profesionalización y entrenamiento específico, hasta el intensificar las sanciones a Rusia. Pero estas, repercuten en nuestras vidas y pueden debilitar posiciones gubernamentales ante una latente crisis económica. Con ello se fragiliza la política común de la Unión Europea que, codo con codo con la OTAN, –Occidente otra vez– protagonizan el apoyo a la causa ucraniana a la vez que protegen los límites de otros países que sienten de cerca la amenaza rusa. Los Estados Unidos, principal valor de la Alianza, más comprometidos a raíz de la valiente presencia de su Presidente Biden en Kiev, seguramente aportarán más fuerza como lo hicieron en las Guerras Mundiales. En otro nivel de influencia, China, atenta, activa estos últimos días. En segundo plano, Turquía, no cicatrizadas aún las heridas del último golpe de estado contra Erdogan, ni del reciente terremoto. Antigua potencia de la región, elemento necesario para la OTAN, eterno aspirante a ingresar en la UE, no ha ejercido la influencia que esperábamos.
Todo se decide en aquel espacio, pero también en los círculos políticos internacionales –Múnich recientemente–, y en las cancillerías de medio mundo. Y mientras los desplazados se cuentan por millones y los muertos por miles, las acciones de los fabricantes de armamento se revalorizan (1), se «resetea» material próximo al desguace, se compra todo desesperadamente, cuando, como dijo Borrell en Múnich, es urgente «acelerar la ayuda».
El pasado 27 de enero, el general Luis Feliu se preguntaba en estas mismas páginas «cómo encontrar una estrategia de salida de Ucrania». Hacía suyas las palabras del General Mark Milley, Jefe del Estado Mayor Conjunto de los EE.UU. pronunciadas el pasado noviembre: «esta guerra no se puede ganar por medios militares». Analizaba los motivos del porqué, concluyendo: «ninguno de los contendientes puede ganar, ni tampoco perder; de ahí la complejidad de una estrategia de salida».
Solo si recuperamos valores que prioricen el bien de la Humanidad como beneficiaria de la paz, se podrá atisbar una solución: es decir priorizar a las víctimas, a los desplazados, heridos y mutilados; a los beneficiarios del programa mundial de alimentos gravemente afectados por esta crisis; a los que sienten inseguridad en otras regiones amenazadas, por encima de los orgullos patrios, «las tierras históricas», los supuestos derechos de minorías, las ansias imperiales.
Aun sin actualizar la Carta de Naciones Unidas, si su Asamblea General reunida estos días, consigue superar el veto de Rusia en el Consejo de Seguridad y convoca una conferencia internacional de paz con un inicial alto el fuego y separación de fuerzas, ya sería un primer paso. Hay antecedentes históricos, incluso casos de «imposición de la paz» previstos en la propia Carta. ¿No aprobó la Asamblea General la Resolución 377/50, «unidos por la paz», actuar en fuerza en Corea, vetado el Consejo de Seguridad por Rusia? ¿O, a instancias de la antigua Yugoslavia, conseguir la retirada de las tropas anglo francesas de Suez, por encima del veto de Francia y el Reino Unido en el mismo Consejo? La Resolución suponía «una ampliación de la seguridad colectiva a conflictos provocados o sostenidos por una de las grandes potencias». ¿Tan diferente es hoy?
Semana densa: Biden sella un compromiso firme y sincero; China acude a la llamada de su aliado; la Ukraliznytsia (2) no da abasto transportando líderes occidentales; Putin – «excusatio non petita»– (3 ) se justifica ante su pueblo y enciende su llama patriótica.
Difícil hablar hoy de una necesaria paz. No obstante, Dios quiera, erremos otra vez.
(1 )La alemana Rheinmetall ha registrado alzas bursátiles por encima del 150%
(2) Compañía de ferrocarriles ucraniana clave en el sostenimiento del país.
(3) «accusatio manifesta». Máxima jurídica bien conocida: la excusa de quien no es acusado, significa la propia acusación de sí mismo.
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