El canto del cuco
Una legislatura en llamas
La principal anomalía consiste en que, mientras el Rey pronunciaba su discurso inaugural con todos los focos encendidos, en un lugar de Suiza se preparaba a escondidas una mesa donde puede decidirse nuestro destino
No empieza bien la Legislatura. No sólo por cómo ha conseguido Sánchez los votos para ser investido presidente sino, sobre todo, por la deuda contraída en sus generosas transacciones con los separatistas de la periferia y por su absoluta dependencia, a partir de ahora, de los que le han prestado esos votos para echar a andar. Las cuentas están muy ajustadas. En general, son votos prestados para sacar provecho de la necesidad, que Sánchez convierte en virtud, y para evitar la llegada de la derecha. Pero ni él se fía de sus socios ni sus socios se fían de él. La principal anomalía consiste en que, mientras el Rey pronunciaba su discurso inaugural con todos los focos encendidos, en un lugar de Suiza se preparaba a escondidas una mesa donde puede decidirse nuestro destino.
Puigdemont ha asegurado al alemán Manfred Weber, presidente del Partido Popular Europeo, que si Sánchez no cumple sus compromisos, lo desalojará de La Moncloa. Está en sus manos. Son siete votos como siete doblones de oro. Tampoco le dejará dormir tranquilo el tremendo rencor de Podemos después del desprecio y la humillación sufridos. Esos cinco escaños también son decisivos. En fin, el PNV, en tiempo de renovación, se guiará en todo momento por su propio provecho. Hay precedentes. Dependerá de lo que pase en el País Vasco en las elecciones de primavera. Quiero decir que «el que a hierro mata, a hierro muere». En este caso el hierro es la moción de censura. Parece que ese puede ser el desenlace previsible de la XV Legislatura. Basta con que se desencaje una pieza del monstruo.
El comienzo, en contraste con el mensaje inaugural del Rey, que apeló, como requería la ocasión, a «una España sólida y unida, sin divisiones ni enfrentamientos», fue más bien deslucido y desacorde. Ha desentonado escandalosamente la presidente del Congreso, Francina Armengol, con un discurso sectario, de vuelo corto y rastrero; medio hemiciclo no le aplaudió, mientras saltaban chispas en los escaños de la derecha. Nunca había ocurrido nada parecido. Desentonaron, como siempre, los socios periféricos del Gobierno de Sánchez con su ausencia y su rechazo del sistema constitucional vigente (¡ay, el pobre Aitor Esteban, hijo de madre soriana, encogiendo el brazo para no aplaudir al Rey!). Y desentonaron, por si fuera poco, hasta los intérpretes del himno nacional en tan solemne ocasión. Es la mejor metáfora de lo que nos espera en esta agitada etapa. Como escribió Edgar Neville en el siglo pasado, «España es un país de extremos encontrados, incendiados, siempre en llamas». Así seguimos.
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