Historias del mundo
La llorería pública
«Chile es uno de los países de América Latina con un mayor nivel de personas deprimidas»
El mes pasado, en el puerto deportivo de Gijón, una chica caminaba llorando desconsoladamente entre la multitud. El viento de Poniente le iba limpiando las lágrimas, pero volvían a brotar. La seguí con la mirada, intentando imaginar qué le habría pasado, hasta que desapareció de mi vista y me olvidé de ella. A la semana siguiente, en la T1 del aeropuerto de Barajas, en la larga cinta transportadora que lleva hasta la zona A, varias turistas surcoreanas se hacían fotografías con las distintas tonalidades que reflejan los coloridos vinilos de la pasarela sin que se dieran cuenta de que estaban obstaculizando el paso a una viajera con prisa que no paraba de llorar. Las risas nerviosas se mezclaban con los sollozos profundos. Esta vez me dispuse a preguntar si se encontraba bien. La respuesta era obvia. Quizá sería mejor reformular la pregunta: ¿Necesita usted algo? Sin embargo, la inseguridad me contuvo. ¿Es de buena educación entrometerse? ¿No resulta demasiado invasivo acercarse así a un perfecto desconocido?
Una reflexión profunda tras un encuentro similar en 2021 tuvo la artista y académica Ángela Ramírez Sanz en Chile, que comenzó a preguntarse «¿Dónde lloran los cuerpos cansados y deprimidos?» y lo ha transformado en una obra de arte efímera. Frente a la Universidad de Chile, en plena Alameda Libertador Bernardo O’Higgins, Ramírez ha montado una «Llorería pública» en la capital chilena. En su proceso creativo también tuvo en cuenta que, según datos de la OMS, Chile es uno de los países de América Latina con un mayor nivel de personas deprimidas.
La obra es una réplica del pedestal de la estatua de Andrés Bello, fundador de la Universidad. Aunque por la noche se enciende el neón rojo y uno puede adentrarse en esta peculiar instalación artística. «La idea de este trabajo es recuperar el espacio clausurado del pedestal y abrirlo a un uso público; disponerlo como espacio posible y seguro para llorar en la vía pública, problematizando el pedestal al revertir su función metafórica», ha resumido la propia Ramírez. La artista acude a diario para limpiarlo y observar a quiénes lo utilizan, que según ha contado en los medios chilenos son muy dispares. Desde universitarios que lo ven como una necesidad, gente que siempre se ha tragado el llanto y, por supuesto, los que, como pasa tantas veces a diario, directamente no llegan a ver la llorería.
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