Apuntes

Matadlo, pero que no parezca un accidente

La muerte de Prigozhin, un tipo tremendamente popular, no es una buena noticia para Ucrania. Demuestra que el presidente ruso mantiene todas las riendas del poder

Por lo menos, Rusia se puede ahorrar los gastos de la investigación de la explosión en vuelo del avión de Prigozhin porque absolutamente nadie va a creerse la hipótesis de un accidente. El jefe de los mercenarios ha muerto envuelto en el horror, como murieron los ocho tripulantes del IL-22PP derribado por los Wagner durante la rebelión del 24 de junio. La filmación de la caída del aparato ruso, que efectuaba una misión de guerra electrónica, está en internet y son 19 segundos de una barrena sacudida por explosiones internas, de una angustia insufrible para quienes viajaban a bordo. El Embraer de Prigozhin, con siete pasajeros y tres tripulantes, debió de caer igual, desbaratándose en piezas, tras ser alcanzado por fuego antiaéreo. La dispersión de los restos así lo indica. En las represalias o las venganzas del presidente Putin siempre hay un patrón simbólico. Los militares rusos que murieron tratando de frenar la columna mercenaria que se dirigía a Moscú fueron casi todos pilotos y tripulantes de helicópteros y aeronaves. No hay una cifra reconocida por el Kremlin, pero se habla de una veintena de muertos. El pecado de Prigozhin no fue rebelarse contra quien le pagaba, algo habitual en la historia de los mercenarios desde Gamba de Fierro a Bod Denard, sino demostrar que, de habérselo propuesto, sus hombres hubieran llegado a las mismas puertas del Kremlin entre el aplauso de unos y la pasividad cómplice de otros. Quiso dar un golpe de fuerza en el peor momento para Moscú, cuando el Ejército ruso estaba finalizando la construcción de las líneas de trincheras y la instalación de los campos de minas que, luego, han hecho prácticamente imposible la ofensiva ucraniana. Pero Prigozhin tenía su parte de razón. Había sido el sacrificio de sus hombres, empeñados como carne de cañón en los peores combates de Bajmut, los que habían hecho ganar el tiempo preciso al Ejército regular para reforzarse. Y después de tanto empeño, de tantos esfuerzos, su admirado Putin miraba a otro lado mientras el ministro de Defensa le despedía como a un cochero. Por otra parte, la muerte de Prigozhin, un tipo tremendamente popular, no es una buena noticia para Ucrania. Demuestra que el presidente ruso mantiene todas las riendas del poder sin importar los reveses en el campo de batalla, las bajas crecientes o el ridículo de fallar donde ha triunfado la India. Tampoco las consecuencias de un bloqueo occidental tan cínico que no ha embargado el gas que se necesita para calentar nuestros hogares y hacer funcionar la industria. Putin no tiene rival en unas urnas cautivas y lo sabe.