Letras líquidas

Los peligros de un rascacielos medieval

La muerte de las democracias se va gestando, sigilosa, en su interior, desde sus cimientos. Como en un rascacielos medieval

Antes de que Manhattan existiera, en el norte de Italia se construían rascacielos. Los levantaban las familias más pudientes como símbolo de su poder: a más peldaños y metros, más prestigio de sus propietarios. De aquellos «skylines» medievales apenas quedan restos, pero algunas de sus edificaciones sí han sobrevivido a los siglos. En Bolonia, las torres Garisenda y Asinelli son algo más que el icono de la ciudad. Y no solo porque Dante mencionara a la primera en «La Divina Comedia», sino porque, incrustadas en el corazón de la ciudad, forman parte del imaginario cotidiano de los ciudadanos. Como una especie de conciencia cívica. Desde hace unos meses, la Garisenda, como la conocen los boloñeses, está clausurada por temor a que se derrumbe. Los técnicos municipales alertaban desde hacía tiempo del deterioro de los materiales de su base, pero no ha sido hasta ahora cuando una gran movilización ciudadana ha logrado recaudar fondos por varios millones de euros para intentar salvarla.

A veces solo la proximidad de una situación tan crítica que amenaza la propia supervivencia consigue activar el resorte para la actuación. Y no sé si en España estamos ya ante uno de esos escenarios al límite, pero si no es así, nos acercamos demasiado al borde de la congestión democrática. No es necesario insistir en los detalles, por conocidos de sobra, del señalamiento de la vicepresidenta Teresa Ribera al juez García-Castellón ni en el ataque del vicesecretario del PP Esteban González Pons al Tribunal Constitucional. Declaraciones excesivas de representantes públicos que apuntan a la desestabilización de algunos de los soportes del Estado de derecho y que suponen un paso más en la tensión que desequilibra los espacios de independencia entre poderes ineludibles en el contrato social que compartimos.

Pero más allá del quién, que corre el riesgo de perderse en el vicio partidista del «y tú más», importa el qué, el contenido de lo dicho para intentar, sobre todo, comprender cómo rasgos y tesis políticas habituales de estilos antisistema terminan exhibidos cada vez con más naturalidad desde estructuras clave del propio sistema. En un inverosímil viraje en el que la defensa del «lawfare» salta desde los márgenes de la conversación pública, de circuitos más bien «underground», hasta la mismísima oficialidad del debate. Ya lo avisaron en 2018 varios politólogos de Harvard: la muerte de las democracias se va gestando, sigilosa, en su interior, desde sus cimientos. Como en un rascacielos medieval.