El ambigú
Persuadir sin manipular
Los bulos que emanan desde el poder político representan una grave amenaza para la democracia
Grandes tragedias como la que se está sufriendo en Valencia sacan lo mejor y lo peor del ser humano, por un lado la ayuda y sacrificio, creándose un sentimiento solidario que recorre toda la geografía española, pero al mismo tiempo una minoría abyecta trata de lucrarse de esta tragedia cometiendo diferentes delitos. Junto a estos últimos, bajo otra responsabilidad que no es la penal, surgen los mentirosos y manipuladores cuyo fin es la difusión de bulos, que podemos conceptualizar como una información falsa o engañosa que se difunde con el propósito de engañar o manipular a las personas; los bulos se crean de forma intencionada para influir en la opinión pública, dañar la reputación de alguien, o simplemente para generar caos o confusión.
Hay personas, especialmente jóvenes, que no se informan por los medios tradicionales, sino por las redes sociales, en cuyas plataformas viajan informaciones objetivas junto a bulos, concediéndosele el mismo efecto informativo sin hacer distingo alguno. Es responsabilidad de todos luchar contra este fenómeno; en primer lugar, los propios medios de comunicación tradicionales, para lo cual algunos de ellos deberían abandonar el servilismo y utilitarismo político, nadie puede cuestionar que los medios deben ser plurales y por ello obedecer a diferentes posiciones ideológicas, pero no convertirse en un instrumento al servicio de una fuerza o interés político; en segundo lugar los poderes públicos, democratizando las fuentes de información y sobre todo comprometiéndose de verdad con la trasparencia; y por último, los ciudadanos, elevando su alerta intelectual siendo mucho más analíticos y críticos.
Pero lo más grave es cuando un bulo se crea y difunde desde el ámbito de la actividad política o desde un medio de comunicación tradicional; en este caso el daño es mayor, puesto que su inicial legitimación, aun desde un lógico grado de posicionamiento ideológico, relaja aquella postura analítica y crítica del ciudadano, circulando el bulo a mayor velocidad y con más fuerza manipuladora.
En política una herramienta esencial y éticamente nada reprobable es la persuasión, la acción de convencer o inducir a personas a que crean o hagan una cosa, pero muchas veces deriva en lo peor de la persuasión, que es la manipulación; mientras que la persuasión es positiva, la manipulación es dañina, despiadada e insidiosa en todos los sentidos, y cuando la ejerce un responsable político mucho más. El persuasor intenta convencer al otro de que busca lo mejor para el persuadido, mientras que el manipulador busca lo que más le beneficia a él mismo, nunca hay buena intención en la manipulación. Ejemplos los hay y en los últimos tiempos muchos, no siendo necesario ni tan siquiera insinuar. Platón advertía de la manipulación como un mal uso de la libertad conducente al control y a la opresión, y nos decía Aristóteles que «La persuasión es el acto de convencer con razones y argumentos, no con la imposición de la voluntad». Los bulos que emanan desde el poder político representan una grave amenaza para la democracia. Cuando se difunde información falsa desde la actividad política se manipula la opinión pública, se desvía la atención de problemas reales y se erosiona la confianza en las instituciones; además daña la transparencia y el derecho ciudadano a una información veraz, necesarios para tomar decisiones informadas y participar activamente en la vida política.
Cuando el poder se apoya en mentiras para consolidarse, crea una cultura de desconfianza y polarización, debilitando el debate público y la legitimidad del sistema democrático en su conjunto. La condena social y mediática, acompañada de la pérdida de confianza y de votos, debe ser el castigo natural y efectivo, subrayándose que la integridad y la verdad son requisitos esenciales para ejercer el poder en una democracia.
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