Historias del mundo
Piedras para la Virgen
«Alrededor de 500.000 fieles han peregrinado hasta la Capilla del Calvario para honrar y pedir milagros»
Similar a lo que sucede en España por la Asunción, en la ciudad de Quillacollo, cerca de Cochabamba (Bolivia), se venera a la Virgen de Urkupiña. Cada año, a mediados de agosto, miles de devotos acuden hasta su santuario en peregrinaje para agradecer el milagro cumplido o para pedir uno nuevo.
En los últimos tres años, la mayoría de los bolivianos pedía el fin de la pandemia del coronavirus. Pero esta semana han vuelto los deseos menos mayestáticos como dinero, la sanación de un ser querido o la resolución favorable de un trámite burocrático.
Hace siete años, Karen demandó cuatro cosas: «Una casa, trabajo, un buen marido y salud. Todo eso me ha cumplido, ¿cómo no creer en ella?», cuenta a la cadena EJU. «La mamita de Urkupiña todo lo puede», resalta. Esta boliviana de Santa Cruz recorre más de 500 kilómetros en agradecimiento, pero también para realizar otras peticiones de parte de sus familiares y amigos.
Alrededor de 500.000 personas católicas y no tanto han pasado por esta Capilla del Calvario del 14 al 16 de agosto. Lo curioso es que, en ocasiones, no vale con llegar hasta allí desde cualquier punto de Bolivia. En el cauce del río Seco, sagrado para muchos de los asistentes, los más creyentes (y fuertes) van con un mazo y comienzan a golpear una roca hasta que, impacto tras impacto, consiguen romperla. Dice la tradición que cuanto más grande es la piedra más beneficio se obtendrá de la Virgen. Tras ese enorme esfuerzo, símil de lo que cuesta alcanzar los objetivos, se transporta la roca desgajada hasta la capilla, donde es bendecida. Después, hay que llevarse la losa de vuelta a casa y mantenerla en una suerte de altar durante todo el año para que se cumplan las plegarias y «estar en contacto con ella», tal y como narran sus fieles.
Los bolivianos allí presentes describen milagros y favores de la Virgen de Urkupiña, hay unanimidad. En lo que no se ponen de acuerdo es en sus orígenes. Algunos cuentan que en 1700 se la aparecía a una niña pastora, que al verla de nuevo gritaba en quechua: «Ork’opiña, Ork’opiña», es decir, «ya está en el cerro». Otros, sin embargo, aseguran que «Urku» significa señora y «piña» cerro. Tanto da la nomenclatura. Lo importante es que siga otorgando favores.
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