Apuntes

Putin y Prigozhin, sólo son negocios...

Lo sucedido con la revuelta mercenaria es una mala noticia para las aspiraciones de Ucrania

El próximo 1 de julio, de acuerdo a una instrucción del Ministerio de Defensa ruso, avalada necesariamente por el presidente Vladimir Putin, los mercenarios del grupo Wagner pasarán a depender económica y administrativamente del gobierno. Es decir, firmarán un contrato con Defensa similar al que tienen el resto de los militares profesionales al servicio de Rusia. La decisión del Kremlin, irreprochable desde la más pura lógica operacional, supondrá un duro golpe para el propietario de la empresa de «seguridad privada» Yevgueni Prigozhin, cuyo histrionismo no debería despistarnos, pero, sin duda, mejorará las opciones de las unidades regulares rusas que combaten en el frente ucraniano. No hay otro trasfondo en la algarada de los mercenarios que esa pugna por el control de las pagas. Puede que a Vladimir Putin lo pillaran descuidado las maniobras de Prigozhin, pero tras la hojarasca de la propaganda, con el carro de combate dando vueltas por Rostov a la mayor gloria de los internautas con el móvil en la mano, la realidad de que las unidades chechenas de la Ajmat, probablemente, los mejores soldados de que dispone Rusia, dejaban en perfecto orden la primera línea de frente, es decir, cubriendo los relevos precisos, y se dirigían a Rostov para reconducir la situación de crisis, ha inclinado la balanza. Lástima de esfuerzos baldíos de tantos comentaristas tirando de la wikipedia, desempolvando viejos términos, «condotiero», «pretoriano», y buscando analogías imposibles con el viaje de Lenin y la guerra revolucionaria. Tal vez, el prestigio de Putin haya quedado tocado, no más de lo que ya estaba tras el fracaso de su «operación especial», pero lo sucedido no es, desde luego, una buena noticia para las expectativas militares ucranianas. Porque las acciones mercenarias de los Wagner, utilizados como carne de cañón en operaciones de desgaste, eran una anomalía que, tarde o temprano, había que corregir. Al Kremlin, una vez tomada la decisión de no empeñar en la primera línea de fuego a los reclutas del Servicio Militar Obligatorio, sólo desplegados en los escalones logísticos de retaguardia, le faltaban soldados profesionales, mucho más, tras la escabechina sufrida en los primeros meses de la guerra. Los mercenarios, con las levas masivas en las prisiones, cumplieron la misión de cubrir los frentes, proporcionando un tiempo precioso al ejército regular para reorganizarse y adaptar sus unidades y el entrenamiento de sus hombres a las inéditas condiciones de combate de esta guerra, que se desarrolla bajo la permanente observación táctica y estratégica de los medios de reconocimiento aéreo y electrónico del enemigo, y a la que la pasmosa precisión de las armas de largo alcance, incluso, las de infantería, ha dado una nueva dimensión. El Kremlin parece en camino de superar la crisis de municionamiento y de reposición de los medios blindados, como demuestran las dificultades con las que tropieza la contraofensiva ucraniana, huérfana de un apoyo aéreo que no es posible improvisar. Pero lo peor para Kiev, no lo duden, es que la estructura de mando que asiste a Vladimir Putin ha sabido dominar los nervios y no dejarse arrastrar por la diabólica estrategia comercial de Prigozhin, cuyo retiro bielorruso vendrá muy bien a Moscú. Al menos, dejará de vaciar los polvorines en batallas de sangriento marketing.