Opinión

Por qué envidio a la monarquía británica

La corona se ha consolidado como una garantía de estabilidad y continuidad constitucional en las crisis

Los que pensaban que el fallecimiento de la icónica reina Isabel II supondría un Armagedón para la monarquía británica se sentirán estos días muy decepcionados. Londres se ha vestido de gala para celebrar la ascensión al trono de Carlos III. Las banderas de la Union Jack ondean por todas las calles, los supermercados han sacado productos especiales para la coronación (cajas de galletas, bebidas o piezas de decoración), los colegios dedican sus asambleas a debatir sobre la entrada de la era carolina y las familias preparan un menú especial para este fin de semana.

Para una monárquica resulta reconfortante ver cómo la institución es capaz de mantener unida a la nación más allá de los círculos íntimos de la familia y los amigos. Los británicos consideran la corona como un elemento identitario igual que el Ejército, la NHS (sanidad pública) o la BBC. Y eso, debo confesar, me produce envidia. Este apego ha permitido a la institución sobrevivir de forma intermitente durante más de 1.000 años, a pesar de que Reino Unido no es un país inmune a las tensiones territoriales y nacionalistas. Sin embargo, parece que la corona ha sabido consolidarse como una garantía de estabilidad y de continuidad constitucional en medio de las tormentas. En general, nuestra vida moderna se rige por las relaciones personales y del trabajo por eso las experiencias comunales como la que se vivirá estos días en Londres son las que permiten construir una lealtad colectiva saludable para cualquier nación. La coronación no sólo se trata de un rito medieval, sino que se percibe como un momento fundamental del país en el que la tradición y la ceremonia también son muy importantes.

Quienes conocen a Carlos III aseguran que siempre ha evitado las batallas de egos y siente cierta aprensión por ser el centro de todas las miradas este fin de semana. Como buen perfeccionista, dicen, se ha implicado en todos los detalles de la ceremonia y se ha asegurado de que «toda la comunidad de comunidades» -tal y como él define al Reino Unido multicultural del Siglo XXI- se sienta parte de este histórico acontecimiento. Jonathan Dimbleby, el locutor e historiador que le entrevistó en 1994 y con el que mantiene una estrecha amistad, sostiene que el rey siempre ha querido «marcar la diferencia» y que si el sello de identidad de su madre, Isabel II, fue la serenidad, el suyo es el compromiso.

La transición de un soberano a otro se ha producido sin contratiempos constitucionales. Lo más perturbador ha sido el enfrentamiento con su hijo Enrique y su esposa Meghan Markle tras su salida de la familia real y las acusaciones de racismo, pero para los británicos se trata más de un asunto privado que público (aunque acapare los titulares). Los recientes sondeos demuestran un nivel de aceptación satisfactorio. La monarquía británica es envidada por su «soft power», pero no debe caer en la autocomplacencia. La institución superará el paso del tiempo si consigue demostrar que ofrece un servicio único a la nación. Una vez que termine la luna de miel de la coronación, Carlos III tendrá que saber responder a las preguntas sobre el tamaño de la familia real, el patrimonio y la difuminada frontera entre lo público y lo privado. En una sociedad abierta, no sólo debe contestar sino convencer (como hasta ahora).Save the King.