Biblioteca Harley-Davidson
Una representación
El Congreso no es una ficción. No es una representación teatral, sino otro tipo de representación mucho más determinante para la ciudadanía
Denle un laboratorio subterráneo en una isla desierta, media docena de rayos láser y dispositivos atómicos, unas cuantas secretarias en bata corta, más un par de escuadrones de guardaespaldas uniformados y ¿a qué Ramón Tamames haría ahora mismo un supervillano más que competente en una película de James Bond?
Lejos de mi intención hacer sarcasmo sangrante con don Ramón. Todo lo contrario: me interesa más la ironía jovial. De hecho, me apuntaría sin dudar a participar con él en una superproducción de ese tipo, apareciendo a su lado sin pudor, si me ofrecieran el clásico papel de esbirro chic –con smoking, arma y silenciador– a quien siempre encarga el supervillano trabajos delicados y definitivos. O también me sentiría cómodo con el papel de científico loco que le propone a su jefe delirantes correctivos para la humanidad basados en las posibilidades de la biología.
Supongo que sufro esa patología debido al cariño entrañable que se les coge a aquellas figuras que, a finales del siglo veinte, quisieron bienintencionadamente rescatar al proletariado del totalitarismo poniendo la etiqueta de «euro» a todo lo que se movía. A ellos debemos la palabra «eurocomunismo», destinada aquí a rebañar las deudas de la Guerra Civil intentando que nadie se hiciera daño. Hay que reconocer que, de forma afortunada, consiguieron que el prefijo «euro» arraigara en nuestro país hasta tal punto que, hoy en día, nadie discute –como jamás había sucedido en la historia de España– que la palabra «Europa» transmite inamovibles valores de unión y progreso.
Por eso estaría a su lado sin complejos en cualquier representación ficcional dirigida por Santiago Segura. Ahora bien, el Congreso de los Diputados no es una ficción. No es una representación teatral, sino otro tipo de representación mucho más determinante para la ciudadanía. El peligro que vamos a correr, confundiendo los dos géneros, es desconcertar a la población y hacer que desconfíe todavía más del actual sistema institucional y nuestros mecanismos democráticos.
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